A locha
ida y vuelta hasta los corrales
En
las fiestas patronales todo era jolgorio y alegría, la melancolía del pueblo daba paso a un
inusitado bullicio. Faltando pocos días para el 4 de marzo ya las calles
estaban adornadas por multicolores guirnaldas de papel de seda traído
especialmente para la ocasión por Don Rafael Vargas en La Perseverancia que
también se encargaba de traer los cortes de tela con que las mujeres del pueblo,
dependiendo de su condición social, iban a confeccionar su traje para estrenar
en la ocasión. Las casas eran pintadas por sus dueños y las calles eran
desprovistas de maleza, cortadas las barandas para la improvisada manga de
coleo y los novillos para tal fin eran recogidos y puestos a pastar en un
potrero cercano. Con varias semanas de
anticipación ya habían sido repartidos los programas de las fiestas populares
que incluían los bailes, desfiles, toros coleados y otros festines; y por
supuesto se había hecho entrega de la programación religiosa con sus repiques
de campanas, la misa tempranera y luego la de las diez con sermón y obispo, los
bautizos y la procesión en la noche.
La víspera del
gran día se veía las filas de personas bajando por el cerro de la Cumaca provenientes del
Juajual y por Toronquey venían los de El Negro, El Paraparo y San Rafael.
También llegaba la gente de Güiripa, Monte Oscuro, Carutico, Guambra y de más
lejos como Cogollal, El Limón y Valle Morín; sin dejar de mencionar a los
sancasimireños que partieron a otros lares y regresaban al reencuentro con su
tierra. La gente llenaba las pulperías y los botiquines, pero sobre todo el más
concurrido era el famoso corredor del Bachaco porque vendía cerveza bien helada
enfriada desde el día anterior en panelas de hielo cubiertas con sacos y
conchas de café para que no se derritiera. Otras personas se dedicaban a dar
vueltas a la plaza observando los bazares de los llamados fiesteros, gente que
iba de pueblo en pueblo y de fiesta en fiesta vendiendo sus baratijas. Otros
pasaban el día retando al azar en las ruletas, los dados, la lotería de los
animalitos o en las peleas de gallos.
Pero aquel año la
mayor atracción vino al pueblo en cuatro ruedas y no era carreta. Estaba
saliendo la gente de la misa regándose, como siempre, por los alrededores de la
plaza cuando apareció por El Peaje procedente de San Sebastián causando la
admiración entre toda la multitud que poblaba las calles. Se estacionó frente
al corredor del Bachaco y en pocos segundos estaba rodeado de curiosos. Era un
aparato impecable con su carrocería de dos tonos, abajo negro y arriba blanco,
tan perfecto que el eterno polvo de las carreteras en marzo parecía no haber
hecho mella en él y los cauchos parecían recién estrenados.
_ ¡ Que vaina es
esa! _ Exclamó un bebedor estrujándose los ojos.
_ Un autobús_
Respondió Carlos D´ Milita, que había visto uno en Caracas.
Del autobús surgió
el conductor, se llamaba León Martínez y era hermano del cura de San Sebastián.
Caminó hasta El Bachaco y se tomo una cerveza helada sorbo a sorbo mientras
observaba con regocijo todo el aspaviento causado por su autobús, pagó en el
mostrador y, ascendiendo de nuevo en el vehículo, salió rumbo a la plaza
Bolívar cortejado por un montón de muchachitos a toda carrera. Esta vez se
estacionó frente a la casa de los Casado y no hubo, ruleta, venta de fritangas
o de dulcería que no quedara íngrima y sola porque todos se fueron a observar
la recién llegada atracción _ ¡Que sacrilegio, dejaron solo al obispo! _ dijo
una señora de velo y mantilla al observar que todos los que rodeaban al prelado
lo abandonaron en las escalinatas del templo para correr tras la novedad.
Al
ver tanta admiración el aventurero conductor pensó que existía la posibilidad
de hacer un buen negocio. Se abrió paso entre la gente y propuso al borracho
Rupertico que, a cambio de unos cuantos litros de aguardiente, le acompañara en
su nueva empresa; regresó al vehículo y el popular hombre comenzó a gritar
entre la gente:
_ ¡A locha ida y vuelta hasta los
corrales!...No se pierda la última maravilla hecha por los americanos!...¡A
locha ida y vuelta hasta los corrales!.
Cuenta
mi mamá que el autobús arrancaba por toda la pendiente de la calle Bolívar y
llegaba levantando polvo hasta el sitio de Los Anones, hoy Barrio San Antonio,
donde cruzaban una pequeña quebrada de aguas cristalinas y se dirigían rumbo a
Barrancón para dar la vuelta frente a los corrales donde descansaba el ganado
que traían del llano, para retornar por la misma vía a la plaza donde otro
grupo de personas esperaban impacientes para subir al desconocido aparato.
Fueron muchos los sancasimireños que dejaron los últimos reales dando vueltas y
más vueltas en el autobús _ Con ese bicho me hiciste perder más real que en la
ruleta_ Le dijo un hombre del campo a su joven mujer y una señora daba gracias
a Dios porque su marido gastó el dinero en el “Bicho ese” y se olvidó de la
botellita y los gallos.
Así
como llegó se fue, esta vez por la carretera rumbo a Cúa, dejando tan sólo una nube de polvo y un gran
manojo de anécdotas y recuerdos de aquellas fiestas que serían recordadas como
las del año en que vino el autobús.