Un muerto con cuatro velas
“Este pueblo se lo debe todo a sí mismo. Hasta la Prefectura nos
pertenece”
Eleazar Casado
Al
principio fue un tanque con cuatro faroles, blanco preferido de las burlas de
los visitantes de otros pueblos, especialmente de los sansebastianeros que no
se cansaban de alardear ante los nuestros por ser San Sebastián una ciudad con
trescientos años acuestas para aquel entonces. Éstos, los sansebastianeros,
decían que aquel tanque y los faroles no eran tales sino que se trataba de un
muerto con cuatro velas.
Luego
de aquel extraño monumento se desprendía una pronunciada pendiente cubierta de
verdes pastos donde casi siempre unos burros realengos comían sin que nadie les
perturbara y unos niños descalzos volaban papagayos. Ésta iba a dar frente a La Perseverancia de don
Rafael Vargas situada en la acera alta donde antes estuvieron las casas
comerciales de Goos y Schacht, luego “La Llanera ” de León Bentata y posteriormente con el
mismo nombre de Santiago Melchor Álvarez. Al lado, donde hoy está la capilla,
estuvo la casa y negocio de don Guillermo Schacht y más tarde el botiquín de
Don Antonio Mele.
Corrían
los ya lejanos años veinte del siglo pasado, época en que los precios del café
tuvieron un repunte importante luego de la caída generada por la primera guerra
mundial. Aquel distrito pequeño, pero con una vida cultural que iba a la par de
su pujante economía agrícola, poseía una juventud, en su mayoría autodidacta,
que se había transformado en emprendedora y brillante vanguardia
intelectual. Un domingo cualquiera, reunidos en el corredor del Bachaco,
aquella fervorosa juventud decidió que ya era hora de tener una plaza Bolívar
digna del Libertador y del maravilloso templo construido anteriormente. En
aquella tertulia estaban presentes Eleazar y Luis Roberto Casado, Fernando
Zamora, Carlos D´Milita y Carlos y José
Antonio Torrealba, entre otros. Decidieron constituir una junta, hablar con el
cura y el jefe civil M.A. Prato Cárdenas quien se interesó bastante en el
proyecto y decidió convocar y motivar a toda la población para el siguiente
domingo comenzar a romper a fuerza de pico el duro cascajo que más tarde se
convertiría en Plaza. Se establecieron contribuciones fijas mensuales y el
medico e ingeniero José Maria Zamora se encargó de hacer los planos y dirigir
las obras.
Las
faenas fueron ganando adeptos. Con la animación de la Banda “Padre Castillo” familias enteras dedicaban las tardes
domingueras a trabajar con ahínco en la dura tarea de aplanar aquel barranco.
Los hombres hacían el trabajo de picar la tierra y de llenar los pequeños tobos
que las damas llevaban una tras otra en procesión hasta el sitio previamente
destinado para la descarga: Los alrededores del viejo samán que aún está detrás
de la prefectura. Se trataba de una verdadera cohesión de todos los
sancasimireños, venía gente hasta de las haciendas vecinas que eran agasajados
con sancochos hechos con unos robustos chivos que andaban silvestres por Pueblo
Nuevo. No existía diferencia de clases, las familias de mayor abolengo unían
sus brazos con los más pobres, los descendientes de los fundadores con los
recién llegados todos hermanados en un sentimiento común. Entre aquellas
familias recién llegadas se encontraban los Marrero que habían llegado unos
años atrás huyendo del paludismo y no habían tardado mucho en integrarse a la
vida de la población. Los hermanos mayores Ernesto Ramón, Manuel y Lalita se
entregaron con furor a la obra e incluso el pequeño Augusto colaboraba en
cuanto podía. Fue precisamente allí donde mi abuelo Carlos Torrealba puso sus
ojos en mi abuela Lalita y viceversa. Él le llenaba los tobos sólo hasta la
mitad para que no hiciera tanto esfuerzo y ella le retribuía con una pequeña
sonrisa de agradecimiento.
Los
trabajos de construcción de los muros y el respectivo relleno fueron llevados a
cabo con el mismo entusiasmo y fervor con que los sancasimireños asumían toda obra
para el pueblo, pero lamentablemente llegó la caída de los precios del café, a partir de 1927 la crisis económica llegó a estas tierras y no se pudo concluir sino hasta el año 1941
cuando el Gobierno del Estado Aragua al mando de F.L. Alcántara los concluyó
conjuntamente con el Concejo Municipal de la época.
A LA IZQUIERDA TERRENO DONDE HOY ESTÁ LA PLAZA BOLÍVAR
Excelente crónica. Lo agradecemos profundamente.
ResponderEliminarExcelente! Esa reunión que mencionas se dio con urgencia debido a que alguien había robado los alambres de púas que rodeaban el terreno y se temía que lo tomarán para construir alguna casa. Fue entonces quedé aceleró la construcción. Dicen que se apasionaron tanto en aquel cascajo que del lado de arriba de la plaza, el que da hacia la iglesia, se pasaron y por eso quedó esa parte tan alta. Lo otro que me parece importante acotar es que nuestra Plaza es una de las pocas, o cuidado si la única que no es plana. El diseño imita una plaza emblemática de Europa, que no recuerdo cuál es.
ResponderEliminarMuchas historias de amor se inician con las labores de esta plaza, porque yo sabía la de Don Ernesto Ojeda con la Sra. Emma Castillo y ahora tu cuenta esta. Gracias por tan bella historia que recuerda nuestro gentilicio y de lo que estamos hechos. Pura nobleza.... Hay querer a San Casimiro, como que si lo estuviéramos fundando