La cruz
del juicio final y el pájaro que bajó en la quebrada
Un avión
remontó cielo
sancasimireño, aquel frágil aparato de alas de lona parecía
sucumbir ante el viento que se colaba por las montañas. Carlos Torrealba (Mi
abuelo) vivía para aquel entonces en su hacienda de El Negro pendiente de sus
cultivos de café, de Lalita y la pequeña Mercedes. Los más estudiados del
pueblo conocían de la existencia de aquella maravillosa hazaña de los hermanos
Wilbur y Orville Wright que el 17 de Diciembre de 1903 habían volado por
primera vez en un aeroplano y los avances que en la materia se lograron durante
las siguientes décadas, inclusive
habían visto la fotografía de un aeroplano en una vieja
enciclopedia de Don Antonio Torrealba,
pero la mayoría de los
sancasimireños desconocían la existencia de tan maravilloso invento.
Saturnina Reyes habitante
de El Negro y recolectora de café vivía inquieta con el sermón
apocalíptico que le había escuchado al
cura en la Semana Santa
pasada. El pastor de almas afirmaba que el fin del mundo se acercaba y que el
día del juicio final una gigantesca cruz surcaría los cielos para que los
pecadores se arrepintieran de sus faltas. Saturnina se
encontraba llenando una tinaja en el jagüey cuando sintió
un ruido desconocido por sus
oídos, volvió la vista hacia el cielo y allí estaba, desafiando toda ley
conocida por aquella mujer para quien únicamente las aves volaban. Pasó sobre
su cabeza a regular altura y se alejó entre dos cerros para luego volver en
sentido contrario y desaparecer por donde llegó. La atribulada Saturnina
recordó las palabras del cura párroco,
vio la semejanza del aparato con
la cruz del juicio final y presa de los nervios apartó la tinaja y salió
corriendo a su rancho para abrazar a sus niños y esperar el fin del mundo y el
juicio final en su compañía. Mi abuelo, que iba por el camino rumbo a los
potreros, se encontró de frente con la mujer que hecha un mar de llanto le
advirtió cuanto pasaba:
_ ¡Carlos, mijito! ¡El mundo se está
acabando! ¡Llegó la cruz del juicio final!
Mi abuelo,
tratando de contener la risa, le
explicó que simplemente se trataba de un aeroplano y que al mundo le quedaban
unas cuantas horas de vuelo.
Días
después mi abuelo se encontró con Ricardo Alvis. A sabiendas de lo embustero
que era, le interrogó:
_Ricardo, ¿Vio el bicho que pasó
volando?
_ ¿Que si lo vi? _ Respondió _ Yo
estaba en la quebrada cuando llegó, se bajó en el pozo, bebió agua como un desesperado;
Se sacudió las alas y salió volando pa’ Valle Morín.
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