La silla eléctrica.
“Hay una flor solitaria,
que cuantas veces la miro,
al par que triste suspiro,
lágrimas vierto de amor”
Aquel día el
pueblo amaneció alborotado con la noticia: un hombre había muerto electrocutado
mientras cambiaba un bombillo. Todos los habitantes se congregaron con morbosa
curiosidad frente a la casa donde ocurrió el triste suceso; el único policía no
podía controlar tanto desorden y el prefecto esperaba instrucciones para
proceder al levantamiento del cadáver. Los curiosos se peleaban por husmear a
través de la ventana de aquella pequeña vivienda escenario de la tragedia en
cuyo interior, junto a una cama desordenada y un taburete, yacía el cadáver
desnudo de aquel hombre que la noche anterior se había citado con una joven y
desafortunada viuda que junto a la cama no paraba de llorar lo triste de su
infortunio.
Luego de levantado el
cadáver, aquel desventurado hecho fue el tema de conversación durante varias
semanas en el San Casimiro de los años cincuenta. En el bar de Tulio Pérez se
supo que aquella mujer había tenido un novio que vivía en Valle Morín y cuando
ya todo estaba listo para la boda el pobre hombre se fue por un barranco con su
Willy 1948 falleciendo al instante. Otro sujeto relató que a los pocos meses la
joven y hermosa mujer se casó con un apuesto isleño recién llegado a Macanilla
y que, para su desdicha, dos días después del casorio una creciente del río se
llevó al canario y su cadáver despedazado y abombado fue encontrado cerca de
Paso Morocho.
Mientras transcurría la conversación y
entre trago y trago cada uno de los contertulios fue agregando tragedias a la
vida de la mujer y tantas muertes sumaron a su expediente que un bebedor
solitario que prestaba atención a todo cuanto se decía le dijo a Don Tulio:
-
¡Carajo!
¡Esa mujer tiene más muertos que la silla eléctrica!
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