miércoles, 7 de noviembre de 2012


La silla eléctrica.

“Hay una flor solitaria,
que cuantas veces la miro,
al par que triste suspiro,
lágrimas vierto de amor”


Aquel día el pueblo amaneció alborotado con la noticia: un hombre había muerto electrocutado mientras cambiaba un bombillo. Todos los habitantes se congregaron con morbosa curiosidad frente a la casa donde ocurrió el triste suceso; el único policía no podía controlar tanto desorden y el prefecto esperaba instrucciones para proceder al levantamiento del cadáver. Los curiosos se peleaban por husmear a través de la ventana de aquella pequeña vivienda escenario de la tragedia en cuyo interior, junto a una cama desordenada y un taburete, yacía el cadáver desnudo de aquel hombre que la noche anterior se había citado con una joven y desafortunada viuda que junto a la cama no paraba de llorar lo triste de su infortunio.
            Luego de levantado el cadáver, aquel desventurado hecho fue el tema de conversación durante varias semanas en el San Casimiro de los años cincuenta. En el bar de Tulio Pérez se supo que aquella mujer había tenido un novio que vivía en Valle Morín y cuando ya todo estaba listo para la boda el pobre hombre se fue por un barranco con su Willy 1948 falleciendo al instante. Otro sujeto relató que a los pocos meses la joven y hermosa mujer se casó con un apuesto isleño recién llegado a Macanilla y que, para su desdicha, dos días después del casorio una creciente del río se llevó al canario y su cadáver despedazado y abombado fue encontrado cerca de Paso Morocho.
            Mientras transcurría la conversación y entre trago y trago cada uno de los contertulios fue agregando tragedias a la vida de la mujer y tantas muertes sumaron a su expediente que un bebedor solitario que prestaba atención a todo cuanto se decía le dijo a Don Tulio:
-          ¡Carajo! ¡Esa mujer tiene más muertos que la silla eléctrica!






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