miércoles, 28 de noviembre de 2012


 FELIPE PIRELA


                El bolerista de América, nació en el popular barrio del Empedrao, Maracaibo, estado Zulia. Su dramática vida parece arrancada de uno de sus populares boleros.

            A los ocho años gana un concurso radial y comienza así su fulgurante carrera. Más tarde hace algunas apariciones en radio y televisión del Zulia y luego se traslada a Caracas en busca de mejores oportunidades. Se presenta en Radio Caracas Televisión con apenas 17 años y es contratado por la orquesta Los Peniques de donde pasa a formar filas de la Billo’s Caracas Boys, donde permanece tres años de grandes éxitos que lo llevan a probar suerte como solista obteniendo tanta celebridad que en menos de un año se convirtió en el mayor vendedor de discos de Venezuela.

            En el año 1964 se casa con una niña de 13 años con quien tiene una difícil y compleja unión. A medida que aumentan sus éxitos profesionales su vida personal se va convirtiendo en un caos, incluido un escandaloso divorcio que lo lleva a abandonar el país radicándose en Puerto Rico.

En Puerto Rico sigue su agitada vida de presentaciones, derroches y deudas y es precisamente por una deuda que es asesinado un 2 de julio de 1972. Con apenas 31 años Felipe Pirela, por sus dotes artísticas y por su trágica vida, pasó a la historia como el gran bolerista de América. Podemos mencionar entre sus éxitos: Sombras, Únicamente tú, El malquerido y la inmortal Puerto Cabello.



                       

domingo, 25 de noviembre de 2012



EL PRÍNCIPE DE LOS MOSQUITOS

¿Saben ustedes quién fue el Príncipe de los mosquitos?


            Se trata de Gregor Mac Gregor un escocés que llegó a Venezuela en 1811, se incorporó al ejercito de Miranda y de paso se casó con una prima de Simón Bolívar. A partir de allí su nombre aparece en varias acciones de guerra tanto en Venezuela como en la Nueva Granada donde alcanza el grado de general.

            En 1817 Bolívar lo envía a una misión en los Estados Unidos y allí junto a otros venezolanos planificó y ejecutó la invasión a la isla de Las Amelias declarando la independencia de Las Floridas. Pero la pequeña república se acabó en lo que espabila un cura loco pasando a ser territorio de los Estados Unidos y Mac Gregor huye a Londres a organizar una nueva expedición.

            Este aventurero incansable, luego de una estadía en Margarita se va para las costas de Nicaragua, le compra unos terrenos a los indios mosquitos y se autoproclama soberano de todo el territorio con el pomposo nombre de “Su alteza Real Gregor I, Cacique de Poyais”.

            El pequeño principado no posee dinero y Mac Gregor pide prestado, pero las cosechas fracasan y se mete en tanto brollo que nuestro príncipe de los mosquitos termina sin un peso y de paso encarcelado en Paris acusado de estafador.

            Gregor Mac Gregor, héroe de la independencia y Príncipe de los mosquitos regresó a Venezuela en 1839 donde es reincorporado al ejercito y goza de una pensión hasta su muerte el 4 de diciembre de 1845. Sus cenizas reposan en el Panteón Nacional.    




jueves, 22 de noviembre de 2012


La cruz del juicio final y el pájaro que bajó en la quebrada

         Un   avión   remontó   cielo sancasimireño,   aquel   frágil aparato de alas de lona parecía sucumbir ante el viento que se colaba por las montañas. Carlos Torrealba (Mi abuelo) vivía para aquel entonces en su hacienda de El Negro pendiente de sus cultivos de café, de Lalita y la pequeña Mercedes. Los más estudiados del pueblo conocían de la existencia de aquella maravillosa hazaña de los hermanos Wilbur y Orville Wright que el 17 de Diciembre de 1903 habían volado por primera vez en un aeroplano y los avances que en la materia se lograron durante las siguientes décadas, inclusive   habían   visto   la fotografía de un aeroplano en una vieja enciclopedia de Don Antonio Torrealba,  pero  la mayoría de los sancasimireños desconocían la existencia de tan maravilloso invento.
            Saturnina Reyes habitante de El Negro y recolectora de café vivía inquieta con el sermón apocalíptico    que le había escuchado al cura en la Semana Santa pasada. El pastor de almas afirmaba que el fin del mundo se acercaba y que el día del juicio final una gigantesca cruz surcaría los cielos para que los pecadores se arrepintieran de sus faltas. Saturnina   se   encontraba llenando una tinaja en el jagüey cuando   sintió   un     ruido desconocido por sus oídos, volvió la vista hacia el cielo y allí estaba, desafiando toda ley conocida por aquella mujer para quien únicamente las aves volaban. Pasó sobre su cabeza a regular altura y se alejó entre dos cerros para luego volver en sentido contrario y desaparecer por donde llegó. La atribulada Saturnina recordó las palabras del  cura  párroco,   vio  la semejanza del aparato con la cruz del juicio final y presa de los nervios apartó la tinaja y salió corriendo a su rancho para abrazar a sus niños y esperar el fin del mundo y el juicio final en su compañía. Mi abuelo, que iba por el camino rumbo a los potreros, se encontró de frente con la mujer que hecha un mar de llanto le advirtió cuanto pasaba:

_ ¡Carlos, mijito! ¡El mundo se está acabando! ¡Llegó la cruz del juicio final!

       Mi   abuelo,   tratando  de contener la risa, le explicó que simplemente se trataba de un aeroplano y que al mundo le quedaban unas cuantas horas de vuelo.
       Días después mi abuelo se encontró con Ricardo Alvis. A sabiendas de lo embustero que era, le interrogó:

_Ricardo, ¿Vio el bicho que pasó volando?

_ ¿Que si lo vi? _ Respondió _ Yo estaba en la quebrada cuando llegó, se bajó en el pozo, bebió agua como un desesperado; Se sacudió las alas y salió volando pa’ Valle Morín.









            


sábado, 10 de noviembre de 2012


ARMANDO REVERÓN



Armando Reverón nació en Caracas el 10 de mayo de 1889. En 1908 asiste a la Academia de Bellas Artes bajo la enseñanza de Antonio Herrera Toro y otros relevantes profesores. Debido a sus dotes artísticas, la municipalidad de Caracas le otorga una beca y nuestro joven pintor emprende su viaje a España donde es impactado por la genialidad del Goya y recibe clases del mismo maestro de Salvador Dalí. Regresa a Caracas en 1915 y se hace miembros del Círculo de Bellas Artes comenzando el año siguiente su llamado periodo azul.
           
Ya residenciado en La Guaira, Reverón conoce a Juanita Mota quien sería desde aquel momento su musa, modelo, compañera y gran amor por el resto de sus días. Definitivamente se queda en Macuto donde construye una casa a pocos metros de la playa conocido por los vecinos como el castillete de Reverón. Allí transcurre su vida de manera ermitaña acompañado de su fiel Juanita, perros, gatos, loros, monos y una gran colección de muñecas de trapo que elaboraba junto a su mujer.

En La Guaira, Reverón se transformó en el dueño de la luz la cual reflejó en sus obras de manera singular. Allí fue feliz, a excepción de los períodos de profunda depresión que lo llevaron a ser internado en varios hospitales psiquiátricos.

Este magnifico artista venezolano expuso en el Ateneo de Caracas y en galerías francesas. Fue galardonado con medallas en Madrid y Paris y con los premios Federico Brandt, John Boulton y el Premio Nacional de Pintura en 1953. Un año después, el 18 de septiembre de 1954 fallece Armando Reverón en una habitación del sanatorio San Jorge. Lejos de Macuto y de su amada luz del Caribe.

En su honor fue decretado el 10 de marzo como el día nacional del artista plástico.  





miércoles, 7 de noviembre de 2012


La silla eléctrica.

“Hay una flor solitaria,
que cuantas veces la miro,
al par que triste suspiro,
lágrimas vierto de amor”


Aquel día el pueblo amaneció alborotado con la noticia: un hombre había muerto electrocutado mientras cambiaba un bombillo. Todos los habitantes se congregaron con morbosa curiosidad frente a la casa donde ocurrió el triste suceso; el único policía no podía controlar tanto desorden y el prefecto esperaba instrucciones para proceder al levantamiento del cadáver. Los curiosos se peleaban por husmear a través de la ventana de aquella pequeña vivienda escenario de la tragedia en cuyo interior, junto a una cama desordenada y un taburete, yacía el cadáver desnudo de aquel hombre que la noche anterior se había citado con una joven y desafortunada viuda que junto a la cama no paraba de llorar lo triste de su infortunio.
            Luego de levantado el cadáver, aquel desventurado hecho fue el tema de conversación durante varias semanas en el San Casimiro de los años cincuenta. En el bar de Tulio Pérez se supo que aquella mujer había tenido un novio que vivía en Valle Morín y cuando ya todo estaba listo para la boda el pobre hombre se fue por un barranco con su Willy 1948 falleciendo al instante. Otro sujeto relató que a los pocos meses la joven y hermosa mujer se casó con un apuesto isleño recién llegado a Macanilla y que, para su desdicha, dos días después del casorio una creciente del río se llevó al canario y su cadáver despedazado y abombado fue encontrado cerca de Paso Morocho.
            Mientras transcurría la conversación y entre trago y trago cada uno de los contertulios fue agregando tragedias a la vida de la mujer y tantas muertes sumaron a su expediente que un bebedor solitario que prestaba atención a todo cuanto se decía le dijo a Don Tulio:
-          ¡Carajo! ¡Esa mujer tiene más muertos que la silla eléctrica!






sábado, 3 de noviembre de 2012


Un muerto con cuatro velas



“Este pueblo se lo debe todo a sí mismo. Hasta la Prefectura nos pertenece”

Eleazar Casado



            Al principio fue un tanque con cuatro faroles, blanco preferido de las burlas de los visitantes de otros pueblos, especialmente de los sansebastianeros que no se cansaban de alardear ante los nuestros por ser San Sebastián una ciudad con trescientos años acuestas para aquel entonces. Éstos, los sansebastianeros, decían que aquel tanque y los faroles no eran tales sino que se trataba de un muerto con cuatro velas.
            Luego de aquel extraño monumento se desprendía una pronunciada pendiente cubierta de verdes pastos donde casi siempre unos burros realengos comían sin que nadie les perturbara y unos niños descalzos volaban papagayos. Ésta iba a dar frente a La Perseverancia de don Rafael Vargas situada en la acera alta donde antes estuvieron las casas comerciales de Goos y Schacht, luego “La Llanera” de León Bentata y posteriormente con el mismo nombre de Santiago Melchor Álvarez. Al lado, donde hoy está la capilla, estuvo la casa y negocio de don Guillermo Schacht y más tarde el botiquín de Don Antonio Mele.  
            Corrían los ya lejanos años veinte del siglo pasado, época en que los precios del café tuvieron un repunte importante luego de la caída generada por la primera guerra mundial. Aquel distrito pequeño, pero con una vida cultural que iba a la par de su pujante economía agrícola, poseía una juventud, en su mayoría autodidacta, que se había transformado en  emprendedora y brillante vanguardia intelectual. Un domingo cualquiera, reunidos en el corredor del Bachaco, aquella fervorosa juventud decidió que ya era hora de tener una plaza Bolívar digna del Libertador y del maravilloso templo construido anteriormente. En aquella tertulia estaban presentes Eleazar y Luis Roberto Casado, Fernando Zamora, Carlos D´Milita  y Carlos y José Antonio Torrealba, entre otros. Decidieron constituir una junta, hablar con el cura y el jefe civil M.A. Prato Cárdenas quien se interesó bastante en el proyecto y decidió convocar y motivar a toda la población para el siguiente domingo comenzar a romper a fuerza de pico el duro cascajo que más tarde se convertiría en Plaza. Se establecieron contribuciones fijas mensuales y el medico e ingeniero José Maria Zamora se encargó de hacer los planos y dirigir las obras.
            Las faenas fueron ganando adeptos. Con la animación de la Banda “Padre Castillo”  familias enteras dedicaban las tardes domingueras a trabajar con ahínco en la dura tarea de aplanar aquel barranco. Los hombres hacían el trabajo de picar la tierra y de llenar los pequeños tobos que las damas llevaban una tras otra en procesión hasta el sitio previamente destinado para la descarga: Los alrededores del viejo samán que aún está detrás de la prefectura. Se trataba de una verdadera cohesión de todos los sancasimireños, venía gente hasta de las haciendas vecinas que eran agasajados con sancochos hechos con unos robustos chivos que andaban silvestres por Pueblo Nuevo. No existía diferencia de clases, las familias de mayor abolengo unían sus brazos con los más pobres, los descendientes de los fundadores con los recién llegados todos hermanados en un sentimiento común. Entre aquellas familias recién llegadas se encontraban los Marrero que habían llegado unos años atrás huyendo del paludismo y no habían tardado mucho en integrarse a la vida de la población. Los hermanos mayores Ernesto Ramón, Manuel y Lalita se entregaron con furor a la obra e incluso el pequeño Augusto colaboraba en cuanto podía. Fue precisamente allí donde mi abuelo Carlos Torrealba puso sus ojos en mi abuela Lalita y viceversa. Él le llenaba los tobos sólo hasta la mitad para que no hiciera tanto esfuerzo y ella le retribuía con una pequeña sonrisa de agradecimiento.
            Los trabajos de construcción de los muros y el respectivo relleno fueron llevados a cabo con el mismo entusiasmo y fervor con que los sancasimireños asumían toda obra para el pueblo, pero lamentablemente llegó la caída de los precios del café, a partir de 1927 la crisis económica llegó a estas tierras  y no se pudo concluir sino hasta el año 1941 cuando el Gobierno del Estado Aragua al mando de F.L. Alcántara los concluyó conjuntamente con el Concejo Municipal de la época.



 A LA IZQUIERDA TERRENO DONDE HOY ESTÁ LA PLAZA BOLÍVAR












Se me ha perdido un pueblo

 



“Al principio y siempre fue la
tierra. Como el agua y la luz. Después fue el hombre.
Que la señoreaba. Sus voces la marcaron antes que lo hicieran
                                                           sus pasos. Luego fue el muro que lo ató a la tierra. Y muchos
                                                           muros lo ataron a los otros hombres. Entonces fue pueblo. Uno  solo y mismo, con mil caras y muchos nombres.”  

Lucas Guillermo Castillo Lara
Los hombres y sus muros

              Se me ha perdido un pueblo. No encuentro a la gente que se sentaba en las puertas a ver caer la tarde. Ni la casa de los Marrero con la galería de los fantasmas y la pajarera en el centro debajo de la mata de mango que un novio regaló a mi tía Lesbia.
            Lejos quedaron las melcochas que vendían a la entrada del Grupo Escolar Francisco Iznardy, los tuqui-tuqui de Rafael Gutiérrez, la arepera de Martín Sotillo, la carne mechada que hacía Delia Medina en el restaurant de Vicentico Pérez y ya mi abuela no hace las arepas perfectamente redondas para el desayuno.
            Ya no hay quien adorne las calles con guirnaldas de colores para los carnavales y fiestas. Sólo quedan unas fotos desteñidas de mis andanzas como torero, diablito o príncipe árabe en las múltiples comparsas y se fueron las fiestas de gala y traje largo acompañadas por la Billo's, Los Melódicos y la Dimensión Latina a la luz de la luna en aquella trilla de café que llamaban Centro Social y Cultural Eleazar Casado.
            Para las fiestas patronales no se llena la plaza de bazares y diversos olores a fritangas y chucherías y, por si fuera poco, ya San Casimiro no le da el pan al humilde hombre en procesión; suplantado por un santo que muchos sienten que no es su santo y, desde la torre de la iglesia, un desaparecido reloj no rompe el silencio dando las campanadas cada cuarto de hora.
            Se me extravió un pueblo que ahora ha ido creciendo cerros arriba, aquellos que otrora eran cubiertos de neblina hoy son arropados por viviendas, las montañas han perdido su esplendor y las aguas de Toronquey corren tristemente perdiendo la batalla contra la contaminación.
            Cerró sus puertas el Cine Retoño con Gloria y Margot en la taquilla y Olivia en la puerta. Con él se fueron las películas de Santo, “el enmascarado de plata”, Capulina y Bruce Lee; una nerviosa agarrada de mano a la muchacha que nos acompañaba  y un fugaz beso a escondidas del hermano sentado dos asientos más allá.
Se nos ha marchado el frió. Aquel clima  decembrino que  nos hacía desempolvar los abrigos. Se fue el manto de neblina de la tardecita junto a las misas de aguinaldo de madrugada y las arepitas dulces que hacía Lourdes Lovera en la calle El Carnaval. Se alejó definitivamente   con   las   patinatas nocturnas hasta Paso Morocho por una solitaria Carretera   Nacional   sólo transitada por uno que otro camión y los Expresos de los llanos. Se acabaron las "pandillitas" que tocaban las puertas para luego correr libres y locos por medio de las calles.
El frío se llevó a los parranderos que iban de casa en casa tocando aguinaldos sin esperar más recompensa que un bollo, una hallaca o un fuerte pa' la botella. Quedó cabalgando en el recuerdo de una noviecita sin nombre y unos besos deprisa y asustados en un rincón. Se marchó la ruidosa misa de los motorizados y lejos está aquel primer trago de ron y un cigarrito escondido de los mayores. Se callaron las voces y los tambores de Pilón y Piedra, no sale el nacimiento viviente con su Virgen, San José y los pastorcitos que organizaba misia Carmen de Valero y su esposo el maestro Domingo. No hay festival navideño y ya “Tucuso” Piñango no saca su conjunto de aguinaldos.
            Hoy, para bien o para mal, mi pueblo es otro. Todo ha quedado atrás, encerrado en los recuerdos de un lugar ya muy remoto de mi niñez y en los indelebles recuerdos de mi adolescencia.