Se me
ha perdido un pueblo
“Al principio y siempre fue la
tierra. Como el agua y la luz. Después
fue el hombre.
Que la señoreaba. Sus voces la
marcaron antes que lo hicieran
sus pasos. Luego fue el muro que lo ató a la tierra. Y muchos
muros lo ataron a los otros hombres. Entonces fue pueblo. Uno solo y mismo, con mil caras y muchos
nombres.”
Lucas
Guillermo Castillo Lara
Los hombres y sus muros
Se me ha perdido un pueblo. No encuentro a
la gente que se sentaba en las puertas a ver caer la tarde. Ni la casa de los
Marrero con la galería de los fantasmas y la pajarera en el centro debajo de la
mata de mango que un novio regaló a mi tía Lesbia.
Lejos
quedaron las melcochas que vendían a la entrada del Grupo Escolar Francisco
Iznardy, los tuqui-tuqui de Rafael Gutiérrez, la arepera de Martín Sotillo, la
carne mechada que hacía Delia Medina en el restaurant de Vicentico Pérez y ya
mi abuela no hace las arepas perfectamente redondas para el desayuno.
Ya
no hay quien adorne las calles con guirnaldas de colores para los carnavales y
fiestas. Sólo quedan unas fotos desteñidas de mis andanzas como torero,
diablito o príncipe árabe en las múltiples comparsas y se fueron las fiestas de
gala y traje largo acompañadas por la Billo's, Los Melódicos y la Dimensión Latina
a la luz de la luna en aquella trilla de café que llamaban Centro Social y
Cultural Eleazar Casado.
Para
las fiestas patronales no se llena la plaza de bazares y diversos olores a
fritangas y chucherías y, por si fuera poco, ya San Casimiro no le da el pan al
humilde hombre en procesión; suplantado por un santo que muchos sienten que no
es su santo y, desde la torre de la iglesia, un desaparecido reloj no rompe el
silencio dando las campanadas cada cuarto de hora.
Se
me extravió un pueblo que ahora ha ido creciendo cerros arriba, aquellos que
otrora eran cubiertos de neblina hoy son arropados por viviendas, las montañas
han perdido su esplendor y las aguas de Toronquey corren tristemente perdiendo
la batalla contra la contaminación.
Cerró
sus puertas el Cine Retoño con Gloria y Margot en la taquilla y Olivia en la
puerta. Con él se fueron las películas de Santo, “el enmascarado de plata”,
Capulina y Bruce Lee; una nerviosa agarrada de mano a la muchacha que nos
acompañaba y un fugaz beso a escondidas
del hermano sentado dos asientos más allá.
Se nos ha marchado el frió. Aquel clima decembrino que nos hacía desempolvar los abrigos. Se fue el
manto de neblina de la tardecita junto a las misas de aguinaldo de madrugada y
las arepitas dulces que hacía Lourdes Lovera en la calle El Carnaval. Se alejó
definitivamente con las
patinatas nocturnas hasta Paso Morocho por una solitaria Carretera Nacional
sólo transitada por uno que otro camión y los Expresos de los llanos. Se
acabaron las "pandillitas" que tocaban las puertas para luego correr
libres y locos por medio de las calles.
El frío se llevó a
los parranderos que iban de casa en casa tocando aguinaldos sin esperar más
recompensa que un bollo, una hallaca o un fuerte pa' la botella. Quedó
cabalgando en el recuerdo de una noviecita sin nombre y unos besos deprisa y
asustados en un rincón. Se marchó la ruidosa misa de los motorizados y lejos
está aquel primer trago de ron y un cigarrito escondido de los mayores. Se callaron las voces y los
tambores de Pilón y Piedra, no sale el nacimiento viviente con su Virgen, San
José y los pastorcitos que organizaba misia Carmen de Valero y su esposo el
maestro Domingo. No hay festival navideño y ya “Tucuso” Piñango no saca su
conjunto de aguinaldos.
Hoy,
para bien o para mal, mi pueblo es otro. Todo ha quedado atrás, encerrado en
los recuerdos de un lugar ya muy remoto de mi niñez y en los indelebles
recuerdos de mi adolescencia.