La Calle Bolívar
"La nostalgia es la materia prima de mi escritura"
Gabriel García Márquez
Calle Bolívar
Cuenta la leyenda
que mi calle, antes de ser calle, formó parte de las vegas del padre Almeyda, aquel
famoso cura de los primeros tiempos del pueblo que se enfrascó en un largo
pleito con los primeros pobladores porque se quería quedar con las tierras que
Don José Reyna donó para la fundación del mismo.
Comienza
en la esquina de la casa Parroquial justo donde antes estuvo un muro y una
acera alta donde los jóvenes de finales de los sesenta y los setenta del siglo
veinte se reunían a cambiar el mundo en inagotables tertulias, como tiempo
después lo hizo mi generación en los bancos del centro de la Plaza Bolívar. Al
frente la Casa de Don Eleazar Casado donde vivía su hija Luz y la viejita
Rosana, Ricardo y su hermano el Recordado Ramón Cáceres (Ramón Cuqui) cuya
particularidad era quedarse dormido en todas partes e incluso hay quien afirma
que se dormía de pie con un botellón de agua mineral en el hombro. De donde
está una cruz en la pared se desprende pendiente abajo, al lado derecho estuvo
la casa donde vivieron mucho tiempo la familia Rojas, Carmelo, Luisa y sus hijos
e hijas; y al lado la del maestro Domingo Valero y su
esposa la maestra misia Carmen quienes año tras año sacaban el nacimiento
viviente donde yo era pastorcito de ruana, alpargatas y sombrero de cogollo.
Ella, maestra de escuela y él excelente músico, compositor y maestro de varias
generaciones de bandolinistas sancasimireños. Al lado, por esa misma acera, la
maestra Guillermina Hernández formadora de gran cantidad de estudiantes del
Grupo Escolar Francisco Iznardy y Juan,
su hermano, el albañil y reparador oficial de los tejados del pueblo.
Al
frente de la maestra Guillermina están los Esaa, Hernán, Lucila y Rafael José; y
por su puesto la recordada Dhamelys esposa de Hernán y madre de mis amigos
Elvira y Hernancito. Al lado de la maestra Guillermina estaba la casa de Esther
la hermana de María de Arcella y seguidamente la de Victoria Pacheco la mamá de
de César y de Carmen Alicia la que fue novia de mi tío Miguel Eduardo, el
poeta, cuya muerte temprana impidió el matrimonio. Al frente una amplia casona
a la que llegaron los Revette y montaron
una lonchería donde por primera vez comí hamburguesas las cuales vendían con
jugos naturales. Antes estuvieron allí por mucho tiempo los Alvarado, una
extensa familia que dejó huellas en San Casimiro y luego de los Revete mis
amigas las Monsalve. Al lado las casa de Rosita Hernández, la enfermera y su
hermano Isaías.
Toros coleados en la calle Bolívar
Al
otro lado de la calle la casa del señor Ojeda con un amplio patio lleno de
frondosos mangos que llega hasta la Calle El Carnaval; seguidamente la casa de
Emperatriz de Pérez y su esposo José el dueño del famoso autobús “El Tremendo” y
chofer de múltiples anécdotas. En esa casa estaban Judith (QEPD), la pintora y
Magaly, la maestra; Rosiris, la cantante y mi hermano José Gregorio “Goyo”
Pérez. Desde ahí partía cada 24 de diciembre nuestra tradicional parranda
navideña que entonando aguinaldos visitaba casa por casa con un niño Jesús que
llevaba mi abuela Lalita en brazos.
Al
frente de la casa de los Pérez estaba la casa de la señora Cecilia de Castro,
la esposa de Don Adolfito el de la farmacia y que luego de la muerte de ella
quedó al cuidado del viejito Cosme bautizado por José Domingo Hernández como
“El último niguatero” por ser víctima de las picadas del famoso insecto que
dejó varios lisiados en nuestro pueblo. Al lado, donde antes estuvo el célebre
y recordado “Refugio”, se encontraba el viejo hospital con las enfermera Ana
Tovar, Romelia Pimentel, Rosita Hernández, María de Caraballo y Susana
Carballo, entre otras. Al frente, las casa de Nicolás Segovia, el que sacaba a
san Isidro Labrador, la casa de Carmen Luque y luego la de Eliseo Echezuría, el
Catire Viejo y su esposa Carolina Machado.
Luego
está la esquina, por donde antes pasó una quebrada y hoy es la calle Luis
Roberto Casado; Allí estaba el negocio de Juan Lugo el que antes fue de Antonio
Quintana y al frente estuvo el Abasto Marín de los morochos portugueses para
dar paso a la oficina de Elecentro. Más allá, justo una al frente de la otra,
la Bodega La Colmena y la casa de Juan del Carmen Requena; La bodega La Colmena
aún persiste con el gallo Andrés al frente y es sitio de tertulia de eternos
comunistas y “Tiburoneros” esperando cada año que ese si sea “El año de los
Tiburones”.
Vista desde la acera frente a mi casa
Al
lado del gallo Andrés estaba la barbería de Víctor Blanco al que recuerdo
tenuemente y al lado una de las casa cuyo patio nos servía de sitio de juego.
En esa casa, la de los Delgado, teníamos el camión de Swatt, un arsenal de
escopetas de madera y cuantos juguetes se nos ocurría inventar en aquella época
carente, gracias a Dios, de celulares y juegos de video. Justo después de los
Delgado estaba la sastrería de Misia Josefa Betancourt una de las primeras
choferesas del pueblo y al frente la casa de Don Juan Esaa el papá de Hortensia
y Salvador luego un caserón viejo que fue de los Esaa y frente a este, justo en
la esquina luego de Agustín Herrera estuvo la bodega de José Antonio García (el
padre de Gilberto y el eterno Niño García).
Haciendo
esquina con la Monseñor Arias Blanco estaba la bodega del Pana Sebastián
Salcedo y seguidamente su casa. Al frente la “Marimore”, llamada así por su
antigua dueña, la señora Sol de Lareca, por la combinación de los nombres de
sus hijas Marisol y Morelba. Allí vive aún la familia Plaza Mejías. Contaba mi
abuela que antes de estar ocupado ese sitio por viviendas era conocido como la “Plaza
de los burros” y también sirvió de corral para los toros que eran coleados en
nuestra calle que en una época también fue manga de coleo. Al lado de la
Marimore, donde antes estuvo una botica de la familia Guardia, la Comercial Ángela de los italianos El señor
Antico y Ángela su esposa los padres de mi amiga Gaby.
Al
frente está mi casa, la casa que hicieron mi mamá y mi abuela luego de la
muerte de mi abuelo y quedar en la calle por un embargo. La casa que
construyeron sentadas en una máquina de coser y pegadas a una cocina haciendo
dulces y hallacas para vender. En esa casa transcurrió mi infancia, mi
adolescencia y mi juventud, allí soñé, reí y lloré. En esa casa entraban y
salían mis amigos y mis primeros amores y allí lloré a mis dos viejas cuando
murieron.
Al
lado de nuestra casa estuvieron los Riobueno y luego los Rovario, seguidamente
la casa de la señora Sol, nuestra vecina y amiga madre de Marisol, Morelba y
Emilito. Aun cuando paso por allí me parece verla sentada en el porche como
todas las tardes y conservo una mata que me regaló como la niña mimada y
florida de mi jardín. Seguidamente está la casa de los Ornellas una familia que
llegó al pueblo con su gentileza y su don de gente los mayores ya fallecidos,
pero los hijos permanecen allí viviendo en nuestra calle.
Llegando
a la esquina con la calle Vesubio está á perfumería, pero antes estuvo La
Caraqueña de la señora Ana y sus hijas Tina y Rula. ¿Quién de nuestra generación
y otras anteriores no compró o sus padres le compraron en La Caraqueña? Allí me
compraban unos zapatos que llamaba Didaven que eran los únicos que me
aguantaban el trote y era la tienda más importante de San Casimiro pues se
encontraba de todo desde cortes de tela hasta relojes Lanco y Seiko así como
botas Frazzani, la del venadito, y diversidad de prendas de vestir. En esa
esquina termina mi calle, el patio de juegos donde transcurrió mi tranquila
niñez en aquel San Casimiro de los setenta y ochenta. Hoy muchos de sus viejos
habitantes han muerto o se han mudado y otras familias persisten allí haciendo
parte de la historia de mi calle y construyendo la que han de contar sus hijos.