sábado, 17 de diciembre de 2016

La Calle Bolívar

"La nostalgia es la materia prima de mi escritura"

Gabriel García Márquez




                                                          Calle Bolívar



Cuenta la leyenda que mi calle, antes de ser calle, formó parte de las vegas del padre Almeyda, aquel famoso cura de los primeros tiempos del pueblo que se enfrascó en un largo pleito con los primeros pobladores porque se quería quedar con las tierras que Don José Reyna donó para la fundación del mismo.
           
            Comienza en la esquina de la casa Parroquial justo donde antes estuvo un muro y una acera alta donde los jóvenes de finales de los sesenta y los setenta del siglo veinte se reunían a cambiar el mundo en inagotables tertulias, como tiempo después lo hizo mi generación en los bancos del centro de la Plaza Bolívar. Al frente la Casa de Don Eleazar Casado donde vivía su hija Luz y la viejita Rosana, Ricardo y su hermano el Recordado Ramón Cáceres (Ramón Cuqui) cuya particularidad era quedarse dormido en todas partes e incluso hay quien afirma que se dormía de pie con un botellón de agua mineral en el hombro. De donde está una cruz en la pared se desprende pendiente abajo, al lado derecho estuvo la casa donde vivieron mucho tiempo la familia Rojas, Carmelo, Luisa y sus hijos e hijas;  y al  lado la del maestro Domingo Valero y su esposa la maestra misia Carmen quienes año tras año sacaban el nacimiento viviente donde yo era pastorcito de ruana, alpargatas y sombrero de cogollo. Ella, maestra de escuela y él excelente músico, compositor y maestro de varias generaciones de bandolinistas sancasimireños. Al lado, por esa misma acera, la maestra Guillermina Hernández formadora de gran cantidad de estudiantes del Grupo Escolar Francisco Iznardy  y Juan, su hermano, el albañil y reparador oficial de los tejados del pueblo.

            Al frente de la maestra Guillermina están los Esaa, Hernán, Lucila y Rafael José; y por su puesto la recordada Dhamelys esposa de Hernán y madre de mis amigos Elvira y Hernancito. Al lado de la maestra Guillermina estaba la casa de Esther la hermana de María de Arcella y seguidamente la de Victoria Pacheco la mamá de de César y de Carmen Alicia la que fue novia de mi tío Miguel Eduardo, el poeta, cuya muerte temprana impidió el matrimonio. Al frente una amplia casona a la que  llegaron los Revette y montaron una lonchería donde por primera vez comí hamburguesas las cuales vendían con jugos naturales. Antes estuvieron allí por mucho tiempo los Alvarado, una extensa familia que dejó huellas en San Casimiro y luego de los Revete mis amigas las Monsalve. Al lado las casa de Rosita Hernández, la enfermera y su hermano Isaías.


Toros coleados en la calle Bolívar

            Al otro lado de la calle la casa del señor Ojeda con un amplio patio lleno de frondosos mangos que llega hasta la Calle El Carnaval; seguidamente la casa de Emperatriz de Pérez y su esposo José el dueño del famoso autobús “El Tremendo” y chofer de múltiples anécdotas. En esa casa estaban Judith (QEPD), la pintora y Magaly, la maestra; Rosiris, la cantante y mi hermano José Gregorio “Goyo” Pérez. Desde ahí partía cada 24 de diciembre nuestra tradicional parranda navideña que entonando aguinaldos visitaba casa por casa con un niño Jesús que llevaba mi abuela Lalita en brazos.

            Al frente de la casa de los Pérez estaba la casa de la señora Cecilia de Castro, la esposa de Don Adolfito el de la farmacia y que luego de la muerte de ella quedó al cuidado del viejito Cosme bautizado por José Domingo Hernández como “El último niguatero” por ser víctima de las picadas del famoso insecto que dejó varios lisiados en nuestro pueblo. Al lado, donde antes estuvo el célebre y recordado “Refugio”, se encontraba el viejo hospital con las enfermera Ana Tovar, Romelia Pimentel, Rosita Hernández, María de Caraballo y Susana Carballo, entre otras. Al frente, las casa de Nicolás Segovia, el que sacaba a san Isidro Labrador, la casa de Carmen Luque y luego la de Eliseo Echezuría, el Catire Viejo y su esposa Carolina Machado.

            Luego está la esquina, por donde antes pasó una quebrada y hoy es la calle Luis Roberto Casado; Allí estaba el negocio de Juan Lugo el que antes fue de Antonio Quintana y al frente estuvo el Abasto Marín de los morochos portugueses para dar paso a la oficina de Elecentro. Más allá, justo una al frente de la otra, la Bodega La Colmena y la casa de Juan del Carmen Requena; La bodega La Colmena aún persiste con el gallo Andrés al frente y es sitio de tertulia de eternos comunistas y “Tiburoneros” esperando cada año que ese si sea “El año de los Tiburones”.

                        Vista desde la acera frente a mi casa 

            Al lado del gallo Andrés estaba la barbería de Víctor Blanco al que recuerdo tenuemente y al lado una de las casa cuyo patio nos servía de sitio de juego. En esa casa, la de los Delgado, teníamos el camión de Swatt, un arsenal de escopetas de madera y cuantos juguetes se nos ocurría inventar en aquella época carente, gracias a Dios, de celulares y juegos de video. Justo después de los Delgado estaba la sastrería de Misia Josefa Betancourt una de las primeras choferesas del pueblo y al frente la casa de Don Juan Esaa el papá de Hortensia y Salvador luego un caserón viejo que fue de los Esaa y frente a este, justo en la esquina luego de Agustín Herrera estuvo la bodega de José Antonio García (el padre de Gilberto y el eterno Niño García).

            Haciendo esquina con la Monseñor Arias Blanco estaba la bodega del Pana Sebastián Salcedo y seguidamente su casa. Al frente la “Marimore”, llamada así por su antigua dueña, la señora Sol de Lareca, por la combinación de los nombres de sus hijas Marisol y Morelba. Allí vive aún la familia Plaza Mejías. Contaba mi abuela que antes de estar ocupado ese sitio por viviendas era conocido como la “Plaza de los burros” y también sirvió de corral para los toros que eran coleados en nuestra calle que en una época también fue manga de coleo. Al lado de la Marimore, donde antes estuvo una botica de la familia Guardia,  la Comercial Ángela de los italianos El señor Antico y Ángela su esposa los padres de mi amiga Gaby.

            Al frente está mi casa, la casa que hicieron mi mamá y mi abuela luego de la muerte de mi abuelo y quedar en la calle por un embargo. La casa que construyeron sentadas en una máquina de coser y pegadas a una cocina haciendo dulces y hallacas para vender. En esa casa transcurrió mi infancia, mi adolescencia y mi juventud, allí soñé, reí y lloré. En esa casa entraban y salían mis amigos y mis primeros amores y allí lloré a mis dos viejas cuando murieron.
            Al lado de nuestra casa estuvieron los Riobueno y luego los Rovario, seguidamente la casa de la señora Sol, nuestra vecina y amiga madre de Marisol, Morelba y Emilito. Aun cuando paso por allí me parece verla sentada en el porche como todas las tardes y conservo una mata que me regaló como la niña mimada y florida de mi jardín. Seguidamente está la casa de los Ornellas una familia que llegó al pueblo con su gentileza y su don de gente los mayores ya fallecidos, pero los hijos permanecen allí viviendo en nuestra calle.



            Llegando a la esquina con la calle Vesubio está á perfumería, pero antes estuvo La Caraqueña de la señora Ana y sus hijas Tina y Rula. ¿Quién de nuestra generación y otras anteriores no compró o sus padres le compraron en La Caraqueña? Allí me compraban unos zapatos que llamaba Didaven que eran los únicos que me aguantaban el trote y era la tienda más importante de San Casimiro pues se encontraba de todo desde cortes de tela hasta relojes Lanco y Seiko así como botas Frazzani, la del venadito, y diversidad de prendas de vestir. En esa esquina termina mi calle, el patio de juegos donde transcurrió mi tranquila niñez en aquel San Casimiro de los setenta y ochenta. Hoy muchos de sus viejos habitantes han muerto o se han mudado y otras familias persisten allí haciendo parte de la historia de mi calle y construyendo la que han de contar sus hijos.
           



sábado, 10 de diciembre de 2016

Tiempo de elecciones.


            En tiempo de elecciones San Casimiro se transforma. Las familias se dividen entre los distintos bandos, los cónyuges se dejan de hablar y siempre surgen anécdotas que permanecen en la memoria popular. Rafailo Pérez es muy recordado por sus ocurrencias y nadie era más indicado que él para hacer uso de la tradicional demagogia de los políticos. Cierto día se encontraba en Las Ollas de Caramacate haciendo campaña electoral para su partido el Socialcristiano COPEI, no le quedaban más mentiras en el repertorio y, como tabla de salvación, se le ocurrió prometer a los inocentes campesinos de aquella época la dotación de machetes y escardillas eléctricas si votaban por las dos tarjetas verdes.



            Caso pintoresco, pero también lleno de dignidad fue el de Tiuna Capote, enviado por el naciente Movimiento al Socialismo a defenderle sus votos en la mesa electoral de Monte Oscuro. Luego de pasar todo el día en el proceso y tener que presenciar un escrutinio donde todos los votos eran para Acción Democrática y COPEI, Tiuna hizo repetir el conteo por cinco veces hasta que su voto apareció escondido entre otras papeletas pues afirmaba que él no se podía presentar en San Casimiro con un acta donde su voto, el único para el MAS en la mesa, no estuviese reflejado. En esas mismas elecciones(Según me contó el indio Bastidas) los masistas ante la imposibilidad de cubrir todas las mesas con su pequeña militancia pidieron testigos “prestados” a Acción Democrática para tal fin y el adeco encargado de ir a representar al MAS en Cambural de Cataure fue el popular “Caballito” de La Bandera. Concluido el proceso al presentarse en el partido blanco con el acta, los adecos interrogaron a Caballito sobre la procedencia de un voto extraño en la misma:

_ ¿Qué voto naranja es este, Caballito? En Cambural hay puro adeco y copeyano._ Pregunto Noel Rondón.
_ Bueno Noel, yo cojo línea; a mí me mandaron a representar al MAS y yo voté por el MAS._ Respondió Caballito
           





              Para recordar una equivocación muy costosa, presenciada por quien escribe, la de José “Chiquito” Tovar que en un cierre de campaña de COPEI invitó a la militancia reunida en la calle Sucre a que el domingo próximo sellaran las dos tarjetas blancas (olvidando que las de su partido eran verdes) y lo triste para “Chiquitico” es que aquel domingo el electorado le hizo caso y Jaime Lusinchi arrasó en las elecciones.

            Otra anécdota referida por mi mamá es la sucedida con el recordado Nino Zamora que durante el proceso electoral de 1968 estaba ejerciendo las funciones de “Galope” que no es más que caletear a los votantes hasta su centro de votación y hacerlos votar por el partido que les hace el transporte. Estaba fresca la división de Acción Democrática y muchos adecos sancasimireños, Zamora entre ellos, se habían ido a las filas del MEP siguiendo al maestro Prieto. Llegó Nino con un hombre lisiado de ambas piernas, lo bajó cargado de su camioneta y en brazos lo llevó hasta el Grupo Escolar Francisco Iznardy, el hombre sudaba con su votante acuestas, lo condujo hasta la mesa repitiéndole en voz baja que tenía que introducir en la urna las tarjetas del MEP, luego de los tramites frente a los miembros y testigos, Nino lo cargó hasta detrás de la cortina y cuál no sería su sorpresa cuando el invalido insertó en la caja  las dos tarjetas blancas de Acción Democrática. Nino Zamora al ver lo ocurrido entró en cólera y salió del recinto dejando al lisiado sentado en un pupitre_ ¡Ahí te vas a quedar, maldito mocho! _ Gritó_ ¡Que te lleven los adecos porque yo no te llevo!_  El proceso tuvo que ser suspendido hasta que alguien llevó al “mocho traidor” para su casa.



            Triste experiencia la que vivió Benito Bravo que, durante las elecciones de 1995, se acostó muy contento por el seguro triunfo del Musiú Francisco como alcalde y se despertó con la música de “Mañana vas a llorar” que brotaba con fuerza de los altavoces de Rafael María Longo que, a la cabeza de una caravana madrugadora, celebraba la victoria por escaso margen del Negro Luis Rodríguez. Y otra experiencia un poco comprometedora la sufrida por el recordado Gordo Sosa que, como dirigente del partido de la campana, visitó a Valle Morín acompañado por Carmen Domitila Jiménez y otras personas. Cuando el Gordo subió a la tarima ésta se cimbró ante el peso del afable hombre que al dirigirse a la concurrencia no se le ocurrió mayor barbaridad que expresar lo siguiente:

-          Gente de Valle Morín. ¡Estamos pasando hambre!

La incongruencia de aquellas palabras con la inmensa humanidad del hombre causó que la poca cantidad de gente reunida en el mitin abucheara al orador y  el discurso terminara abruptamente bajo una lluvia de piedras.

            En definitiva durante las elecciones San Casimiro se viste de muchas cosas, pero sobre todo de esperanza en que los distintos candidatos cumplan las promesas hechas al electorado.










domingo, 4 de diciembre de 2016

Tradición de campaneros

“Las campanas de mi pueblo,
si que saben alegrar;
cuando las tocan bonito,
todas al aire se van”
Popular



Cuando mi abuela, Isabel María Marrero Guillén (Lalita), llegó a tierra sancasimireña tendría si acaso 8 ó 9 años, venía con sus padres procedentes de Camatagua. Su papá, Ernesto Marrero, había sido nombrado agente de licores en San Casimiro y decidió la mudanza, entre otras cosas, para escapar de la epidemia de   paludismo   que prácticamente acabó con esos pueblos del sur aragüeño y el norte del Guárico. A don Ernesto le dieron a escoger tres opciones: Villa de Cura, San Sebastián y nuestra población, siendo esta última la que escogió finalmente.




Casa donde llegó mi abuela a San Casimiro

            Llegaron a vivir a la vieja casa donde hoy funciona la Biblioteca Virtual y Lalita cuenta que entre sus primeros recuerdos está el día, quizá un domingo, que su mamá (María  Guillén  de Marrero)      quedó sorprendida al escuchar un festivo repiquetear de campanas tan distinto a lo oído anteriormente. Su admiración fue tan grande  que de inmediato interrogó a don Ernesto   sobre   la procedencia de tan hermosa melodía y éste le respondió que eran las campanas del templo llamando a misa. En aquel tiempo, segunda década del siglo XX, las campanas de nuestra iglesia eran tocadas por un hombre llamado Casimiro, como nuestro patrón. Aquel personaje que hacía vibrar el campanario era criado de la familia Castillo y quizá sería el encargado de aquel oficio debido a que el sacerdote del pueblo   era   Lucas Guillermo Castillo, quien luego fuera obispo de Coro y arzobispo primado de Venezuela. 

          Casimiro usaba su tiempo libre en visitar a las familias del pueblo y con el respeto propio de la época dedicaba cada uno de los toques del domingo a las muchachas más hermosas de aquellos días. Tenía la particularidad de tocar las campanas en la parte más alta del campanario; Lalita asegura que más que repiques parecía música surgida de "las sonoras e inimitables campanas", como decía don Eleazar Casado. Anteriormente las campanas también fueron tocadas por el viejo Pío a quien cariñosamente llamaban “Patón”, se dice que éste fue el primero en tocarlas en los tiempos en que el padre Machado ofició la misa por primera vez en nuestro sagrado templo y luego pasó por el campanario el “Gago” Emiliano que tenía la peculiaridad de cantar y bailar cuando repicaba para las fiestas patronales u otra celebración religiosa. 

      De nuestras campanas se afirma con toda seguridad que son únicas en Venezuela por su sonido tan hermoso. Su forma de sonar causó admiración en los vecinos de aquel San Casimiro rural y bucólico, inclusive fue fuente de muchas supersticiones. Se cuenta que muchas familias se sentaban en los patios o en las puertas de las casas a imitar los sonidos nacidos del campanario. Relata don Eleazar Casado que un buen día se encontraba una familia reunida en pleno cumpliendo con esa curiosa tradición; en el corredor estaban todos menos un familiar que, víctima de una grave enfermedad,  yacía postrado a una cama en la habitación contigua. Al comenzar el sonido comenzaron con la inusitada ceremonia y desde la habitación se escuchaban unos quejidos que los presentes atribuyeron a que el enfermo también se encontraba participando. Nada más alejado de la verdad, cuando acabó el repique y uno de ellos regresó al cuarto encontró al pobre hombre muerto sin que nadie presenciara sus últimos momentos por estar imitando las campanas.



Nuestras sonoras campanas

    Pasó el tiempo, el pueblo fue creciendo y con  él  el  arraigo sancasimireño de mi familia que echó sus raíces en esta tierra para siempre. Recién casado mi abuela con Carlos Torrealba se muda a la hacienda El Paraparo, donde asegura se escucha el alegre repiquetear  de  las campanas de nuestro pueblo llevado por el viento a través de la serranía. Lalita me cuenta que las campanas también cumplían la función de llamar a las recordadas "faenas" que no era otra cosa que la unidad y solidaridad de los jóvenes de aquella época en procura de objetivos comunes;  así surgieron la Plaza Bolívar y El Refugio que era una especie de hospital, asilo y hasta teatro.


Templo de San Casimiro en sus primeros años, tiempos de construcción de la Plaza Bolívar
    
      Tal vez el campanero más recordado por mi abuela sea Pancho Hurtado, el siempre querido tío Pancho, que también fue bodeguero en el sitio donde hoy está el Banco de Venezuela y por los lados del barrio El Carmen para terminar en los últimos años como cartero. El tío Pancho fue un hombre sencillo y ejemplar que construyó una familia a fuerza de sudor y trabajo, un digno ejemplo para nuestras generaciones. También se recuerda a Ramón León y el popular “Mocho” de Tulio igualmente ejerció la labor.

            Hoy -dice Lalita- las campanas no suenan como antes, porque ahora tocarlas es sólo un trámite para llamar a misa y no una tradición y un oficio como era anteriormente. Se   acabaron   los campaneros   y   los hermosos toques de campanas han pasado a ser recuerdo de una tarde  en que LALITA ME LO CONTÓ.