viernes, 25 de marzo de 2016

Dile que se venga en mi caballo



“Yo tenía un caballo blanco,
que lo llamaba Paloma,
lo ensillo por la mañana
 y voy a misa en Barcelona”

Cantabonito

(Cantante popular sancasimireño de principios del siglo XX)



            Panchito Garnica siempre fue reconocido en San Casimiro por sus salidas jocosas. Un día cualquiera amaneció con la triste novedad de que su caballo preferido había sido fulminado por el veneno de una cascabel. El hombre estaba desconsolado, había perdido la jovialidad y no hacía otra cosa que hablar de lo amarga de su pena, incluso había despreciado una invitación a las fiestas de Camatagua pues no tenía cabeza para más nada que su amado corcel. Dio la coincidencia por aquellos días falleció uno de los hombres más respetables del pueblo y toda la gente se congregó en el velorio

            Avanzaba la noche entre rosarios, chocolate espeso, café bien cargado y una que otra copita de aguardiente como todo velorio que se respete. Pasada la media noche, llegó al velorio un hijo del difunto que había hecho el viaje desde Ocumare del Tuy al conocer la noticia. Este era conocido por sus pretendidas dotes de espiritista y se le consideraba como un “animal extraño” en la familia. Con paso entrecortado caminó hasta el centro del salón y sacudiéndose aún el polvo del camino se dirigió solemnemente a los presentes:

-         Señores, mi padre no está muerto. Hoy me he comunicado con él; me ha dicho que no lloren, que se encuentra en un viaje y muy pronto estará de regreso.

            Panchito Garnica, que había escuchado con atención desde un extremo, se dirigió al recién llegado y con ansiedad le suplicó:

-         ¡Dile, por favor, que se venga en mi caballo!

            Aquel atiborrado velorio quedó completamente solo pues hasta los deudos del difunto no pudieron resistir la imperiosa necesidad de soltar una carcajada.














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