Dile que
se venga en mi caballo
“Yo tenía un caballo blanco,
que lo llamaba Paloma,
lo ensillo por la mañana
y voy a misa en Barcelona”
Cantabonito
(Cantante popular sancasimireño de principios del siglo XX)
Panchito Garnica siempre fue reconocido
en San Casimiro por sus salidas jocosas. Un día cualquiera amaneció con la
triste novedad de que su caballo preferido había sido fulminado por el veneno
de una cascabel. El hombre estaba desconsolado, había perdido la jovialidad y
no hacía otra cosa que hablar de lo amarga de su pena, incluso había
despreciado una invitación a las fiestas de Camatagua pues no tenía cabeza para
más nada que su amado corcel. Dio la coincidencia por aquellos días falleció
uno de los hombres más respetables del pueblo y toda la gente se congregó en el
velorio
Avanzaba la noche entre
rosarios, chocolate espeso, café bien cargado y una que otra copita de
aguardiente como todo velorio que se respete. Pasada la media noche, llegó al
velorio un hijo del difunto que había hecho el viaje desde Ocumare del Tuy al
conocer la noticia. Este era conocido por sus pretendidas dotes de espiritista
y se le consideraba como un “animal extraño” en la familia. Con paso
entrecortado caminó hasta el centro del salón y sacudiéndose aún el polvo del
camino se dirigió solemnemente a los presentes:
-
Señores,
mi padre no está muerto. Hoy me he comunicado con él; me ha dicho que no
lloren, que se encuentra en un viaje y muy pronto estará de regreso.
Panchito Garnica, que había
escuchado con atención desde un extremo, se dirigió al recién llegado y con
ansiedad le suplicó:
-
¡Dile,
por favor, que se venga en mi caballo!
Aquel atiborrado velorio
quedó completamente solo pues hasta los deudos del difunto no pudieron resistir
la imperiosa necesidad de soltar una carcajada.
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