Los
cumaqueros, crónica de una tradición
A
Miguel Castro (Malanga) y
Rommel
Betancourt (Cerro Prendío)
que
se marcharon antes.
Cada una de las generaciones de
sancasimireños ha trascendido en el tiempo por sus acciones y por sus obras. A
la primera le tocó la tarea de construir al pueblo de darle forma a las calles
y a las casas, de amalgamar esa diversidad en una sola masa llamada comunidad.
Luego vinieron los que sembraron la tierra e hicieron de nuestro café un
producto de exportación laureado en el mundo e hicieron que San Casimiro fuese
considerado el granero de la capital por la calidad de sus caraotas. Más
adelante una generación inició la construcción del templo, la cual duró más de
veinte años y la de mis abuelos hizo la Plaza Bolívar. En estas líneas
hablaremos de la generación de los años ochenta y noventa del siglo XX que
inició una tradición que se mantiene a pesar de las dificultades. Hoy
hablaremos de Los Cumaqueros, sus protagonistas y su historia, historia de la
cual nos sentimos protagonistas.
La cruz de la
Cumaca data de muchas décadas atrás. Nos refiere Modesto Álvarez que la primera
la colocaron Felipe y Matías Torrealba con dos grandes troncos de guayacán,
árbol cuya madera resiste las inclemencias del sol y del agua así como es
infranqueable al ataque de comejenes, cigarrones y demás insectos. A Modesto se
le iluminan sus octogenarios ojos cuando recuerda cada 3 de mayo en cerro La
Cumaca. Nos cuenta que acudían todas las familias del Guasdual ( Juajual como
le decimos coloquialmente) y toda la peonada de la hacienda El Carmen. Por
aquel entonces El Guasdual era un caserío de medianas proporciones que hasta tenía
una escuelita que enseñaba las primeras letras. A la cita acudían los Álvarez,
Torrealba, Villanueva, Andrade, Vilera, Hernández, los Salazar y todos y cada
uno de sus habitantes. Adornaban la cruz con flores y frutos; cantaban décimas y
rezaban a la Santa Cruz en agradecimiento por la cosecha anterior y rogaban por
que se dieran abundantemente los frutos de la madre tierra en la futura zafra.
A veces subía el cura del pueblo rodeado de peregrinos a impartir misa campal a
los pies de la cruz.
En
una noche de luna sancasimireña nuestro apreciado Ramón Seijas Luque nos
propuso a un grupo de jóvenes sancasimireños que por ese entonces integrábamos las
agrupaciones grupo de teatro Ápice y Ballet Folclórico San Casimiro emprender la tarea de iluminar la cruz de la
Cumaca para ese próximo 6 de octubre. Estábamos en aquel grupo, entre otros,
Lucrecia Paredes, Rafael Arturo “NIño
Gavilán” Requena, José Ramón Requena, Ernesto Luis Ojeda, Vicente Ojeda, David Ramos, Rafael y Rommel Betancourt.
Seguro que estarían otros que ya nuestra memoria no precisa.
Entre
los primeros que subieron aquel año están el niño Gavilán, Alexis “Perolito” Requena,
José Ramón Requena, Marcos García, Kike Ruiz, Monro Jaspe, David Ramos, Catire
y Rommel Betancourt, Ramón Seijas y quien escribe. Toda la logística fue subida
en burros prestados por la familia Salazar; una planta eléctrica cedida por el
Pollo Negro, bombillos, socates, cables, comida, las carpas, el combustible
además del reglamentario “chimeniao” para el frío. Se trabajó arduamente para
que cuando transcurrían los primeros segundos de aquel 6 de octubre, a la señal
de un cohete surgido de las inmediaciones de la casa de Ana Vargas en Curucutí,
se encendieran por primera vez las luces de una tradición treintañera.
La
aventura de subir a encender la cruz de La Cumaca tiene un ingrediente
adicional. Casi siempre coincide con el tradicional cordonazo de San Francisco que
en nuestro pueblo resulta ser particularmente fuerte. Estar allá arriba es
lidiar con el frío y la fuerte brisa, con la lluvia y las tormentas eléctricas
que hacen temblar al más valiente pues, sin exageración alguna, la tierra
tiembla cada vez que cae un rayo y el cielo ruge.
Ir
a la cruz en aquella época constituía una especie de apostolado, los que estábamos
fuera por razones de estudio o trabajo siempre volvíamos al encuentro con el cerro y con los amigos. Muchos, entre los
que me cuento, ya no acudimos a la cita, pero estoy seguro que en todos surge el mismo sentimiento de nostalgia cuando
vemos a lo lejos una cruz encendida que parece flotar en la oscuridad del cielo
de octubre. Cada uno de nosotros siente como se apretujan en nuestros recuerdos
el montón de anécdotas vividas y la
certeza de sentirnos parte de esa historia.
Como
no recordar en esta crónica a Rommel “Cerro prendío” Betancourt
y Miguel Ángel “Malanga” Castro quienes se marcharon primero que nosotros y
fueron, hasta el momento de sus prematuras muertes, unos fervientes cultivadores
de la tradición cumaquera. Y ya para concluir estas líneas es justo reconocer a
quienes han luchado contra todas las circunstancias y avatares para que se mantenga viva la luz de
la Cumaca nuestro reconocimiento para Alexis “Perolito” Requena, Rafael Arturo
Requena y Miguel “Carrao” Hernández. Hoy que la tradición de los Cumaqueros se
acerca a su XXX aniversario tenemos el deber de encender en nuestras nuevas
generaciones esa luz de la Cumaca para que brille por siempre.