domingo, 21 de mayo de 2017

Toronquey, el río de los pájaros

A Santiaguito y María Carvajal con sus fieles  perros callejeros


                       Su nombre es tan viejo como la tierra misma. Desde tiempos remotos existen los mismos cerros verdes bañados por la misma fría quebrada que baja desde la montaña de Samaría hasta unirse en sagrada trinidad con el Zuata y el Güiripa para marchar juntos al encuentro del Guárico. Desde tiempos remotos ha estado allí; Toronquey patio de juegos de mis correrías infantiles, verde pulmón de mi pueblo.

Salto de Toronquey

                        Lucas Guillermo Castillo Lara en su obra San Casimiro de Güiripa, crónicas de la tierra y de la sangre (p.37) nos señala que en el censo culminado el 18 de junio de 1784 aparecen 7 familias habitando el sitio de Toronquey, los Ballejas, Torres, Osorio y 4 núcleos familiares de apellido Martínez, probablemente surgidos de una misma raíz. Pero antes que llegara el español con su cruz, ya por esa zona deben haber andado nuestros ancestros indígenas disfrutando de la exuberante selva, totalmente libres y desnudos por toda su tierra sin amos y en perfecta armonía con sus semejantes y con la naturaleza. Nuestro cronista Salvador Rodríguez en un trabajo publicado en su blog Crónicas de un sancasimireño (miércoles 15 de abril de 2009) nos dice: “Muchos años antes de la fundación de San Casimiro de Guiripa, ya existía el sector Toronquei y que en el tiempo devino este toponímico indígena en Toronquey (con y griega)” y más adelante nos indica: “Anteriormente a Martí, probablemente, había indígenas por estos contornos ya que el vocablo Toronquei viene de la voz cumanagota Toronoyaquir, piojo de pájaro. Igualmente puede venir- según el cronista Botello-, de Toron, pájaro y quei, cuao, cao, quebrada, río, curso fluvial. Es decir, Toronquei (con i latina y no griega), significaría río de los pájaros.” Por lo poético de la traducción del nombre debemos quedarnos con ella pues realmente subir a Toronquey es sentirse inmerso en un río de canto de aves incluso en la actualidad que ha sufrido los rigores de la mano destructora el hombre.

Pozo del Salto de Toronquey

            Nuestras excursiones pasaban por los legendarios “tres pipotes”, tres toneles de metal rellenos con cemento, que servían de puente para pasar la quebrada justo detrás del estadio. Luego estaba la casa de Víctor Fonseca quien, según mi mamá, fue amigo de mi abuelo. Era la única casa por esos lados de Puerto Escondido, lo demás era pasto verde y una exquisita exposición de todas las variedades de mango: mangotines, mangas, de hilacha y de “bocao” regados por una gran profusión de riachuelos y jagüeyes.

Cancha Miguel Marín

            Si se nos antojaba ir río arriba, caminábamos entre chorreras y pequeños pozos donde había sardinitas plateadas y otras de colita roja y en el fondo, adheridos a las piedras, pequeños corronchos que a veces terminaban su ciclo vital en nuestra olla de hervido. Seguíamos el camino y nos encontrábamos con el célebre Pozo del Cura donde, según la leyenda popular, se ahogó un sacerdote que quien sabe qué andaría haciendo por esos lados. Más adelante Las Bateas  luego el Pozo de Villalobos y una que otra vivienda salpicando el espeso verdor. Era tan puro y sano que, un poco más grandes, nos íbamos a media noche a tomar ron y  tocar guitarra a orillas del Toronquey sin miedo a nada.

Vieja fotografía del Cementerio Las Palmas

            Más arriba la quebrada se torna más fría, fluye zigzagueando entre piedras antiquísimas; entre chorrera y chorrera nos acercamos al Salto. Se desprende verticalmente de unos 30 metros de altura, el velo de espuma cae en un pozo tallado por siglos en la piedra. Allí sentado con los pies descalzos dentro del agua fría uno se siente pequeñísimo ante tanta belleza; observando tanta maravilla de la creación percibes que no hay problemas ni penas que puedan opacar ese momento.

Camino al Salto

            A mano derecha hay un camino que bordea la quebrada y nos lleva a la toma de agua. Aquel acueducto de Toronquey que fue idea de Don Alfredo Manzo por allá en 1928 y del cual el recordado Manuel Acosta era plomero y recaudador de la pequeña suma que se cobraba a los beneficiarios del servicio. Desde allí venía el agua hasta el tanque construido para su almacenamiento en el pequeño cerro donde antes estuvo la iglesia vieja y hoy es el final de la calle El Parque muy cerca de la Plaza Bolívar. Luego partía la red de tuberías hasta las casas de unos agradecidos sancasimireños por aquella empresa progresista para el pueblo. Don Eleazar Casado en su libro San Casimiro de Güiripa en su historia y geografía, en su tradición y su cultura (p.214) nos dice: “El primer acueducto se instalaba en 1928, tomado del riachuelo Toronquey: agua potable, sabrosa.” Ciertamente agua fresca, fría y sabrosa. Incluso existe una leyenda transmitida de boca en boca y de generación en generación que nos dice: “El visitante que toma agua de Toronquey se queda a vivir en San Casimiro”

Equipo de Futbol en el Juan María Jaspe

Toronquey alberga desde principios del siglo XX al cementerio Las Palmas  y  también existió un cementerio anterior como nos relata el Cronista Salvador Rodríguez en la obra citada: “El barrio siguió su crecimiento y albergó obras que ya no están como, el tercer cementerio de la población que estuvo desde la escuela Augusta Carballo de Blanco hasta la casa de Carlos Manuel -Evencio- Paredes.”

Niños en el Juan María Jaspe

En sus terrenos se encuentra la escuela Augusta Carballo de Blanco en honor a mi madrina la maestra que en lomo de mula dedicó su apostolado educacional por Monte Oscuro, Loro Arriba y Golfo Triste. Se encuentran el estadio Juan María Jaspe en honor al destacado beisbolista sancasimireño y la Cancha Municipal Miguel Marín como homenaje al trágicamente desaparecido basquetbolista.

Toronquey, “el río de los pajaros”, es el hogar de infinidad de familias: Los Ortega, los Jiménez, los Paredes, los Sosa, los Riobueno, los Vergara, los Solórzano, los Ochoa, los Rodríguez  y de un raudal de nombres que los hacen herederos de aquellas siete familias que se aventuraron en esa selva virgen en los ya remotos tiempos.