Toronquey,
el río de los pájaros
A
Santiaguito y María Carvajal con sus fieles perros callejeros
Su
nombre es tan viejo como la tierra misma. Desde tiempos remotos existen los
mismos cerros verdes bañados por la misma fría quebrada que baja desde la
montaña de Samaría hasta unirse en sagrada trinidad con el Zuata y el Güiripa
para marchar juntos al encuentro del Guárico. Desde tiempos remotos ha estado
allí; Toronquey patio de juegos de mis correrías infantiles, verde pulmón de mi
pueblo.
Salto de Toronquey
Lucas Guillermo Castillo Lara en su obra San Casimiro de Güiripa, crónicas de la
tierra y de la sangre (p.37) nos señala que en el censo culminado el 18 de
junio de 1784 aparecen 7 familias habitando el sitio de Toronquey, los
Ballejas, Torres, Osorio y 4 núcleos familiares de apellido Martínez, probablemente
surgidos de una misma raíz. Pero antes que llegara el español con su cruz, ya
por esa zona deben haber andado nuestros ancestros indígenas disfrutando de la
exuberante selva, totalmente libres y desnudos por toda su tierra sin amos y en
perfecta armonía con sus semejantes y con la naturaleza. Nuestro cronista
Salvador Rodríguez en un trabajo publicado en su blog Crónicas de
un sancasimireño (miércoles
15 de abril de 2009) nos dice: “Muchos
años antes de la fundación de San Casimiro de Guiripa, ya existía el sector
Toronquei y que en el tiempo devino este toponímico indígena en Toronquey (con
y griega)” y más adelante nos indica: “Anteriormente a Martí, probablemente,
había indígenas por estos contornos ya que el vocablo Toronquei viene de la voz
cumanagota Toronoyaquir, piojo de pájaro. Igualmente puede venir- según el
cronista Botello-, de Toron, pájaro y quei, cuao, cao, quebrada, río, curso
fluvial. Es decir, Toronquei (con i latina y no griega), significaría río de
los pájaros.” Por lo poético de la traducción del nombre debemos quedarnos con
ella pues realmente subir a Toronquey es sentirse inmerso en un río de canto de
aves incluso en la actualidad que ha sufrido los rigores de la mano destructora
el hombre.
Pozo del Salto de Toronquey
Nuestras excursiones pasaban por los
legendarios “tres pipotes”, tres toneles de metal rellenos con cemento, que
servían de puente para pasar la quebrada justo detrás del estadio. Luego estaba
la casa de Víctor Fonseca quien, según mi mamá, fue amigo de mi abuelo. Era la
única casa por esos lados de Puerto Escondido, lo demás era pasto verde y una
exquisita exposición de todas las variedades de mango: mangotines, mangas, de
hilacha y de “bocao” regados por una gran profusión de riachuelos y jagüeyes.
Cancha Miguel Marín
Si se nos antojaba ir río arriba,
caminábamos entre chorreras y pequeños pozos donde había sardinitas plateadas y
otras de colita roja y en el fondo, adheridos a las piedras, pequeños
corronchos que a veces terminaban su ciclo vital en nuestra olla de hervido.
Seguíamos el camino y nos encontrábamos con el célebre Pozo del Cura donde,
según la leyenda popular, se ahogó un sacerdote que quien sabe qué andaría
haciendo por esos lados. Más adelante Las Bateas luego el Pozo de Villalobos y una que otra
vivienda salpicando el espeso verdor. Era tan puro y sano que, un poco más
grandes, nos íbamos a media noche a tomar ron y tocar guitarra a orillas del Toronquey sin
miedo a nada.
Vieja fotografía del Cementerio Las Palmas
Más arriba la quebrada se torna más
fría, fluye zigzagueando entre piedras antiquísimas; entre chorrera y chorrera
nos acercamos al Salto. Se desprende verticalmente de unos 30 metros de altura, el
velo de espuma cae en un pozo tallado por siglos en la piedra. Allí sentado con
los pies descalzos dentro del agua fría uno se siente pequeñísimo ante tanta
belleza; observando tanta maravilla de la creación percibes que no hay
problemas ni penas que puedan opacar ese momento.
Camino al Salto
A mano derecha hay un camino que
bordea la quebrada y nos lleva a la toma de agua. Aquel
acueducto de Toronquey que fue idea de Don Alfredo Manzo por allá en 1928 y del
cual el recordado Manuel Acosta era plomero y recaudador de la pequeña suma que
se cobraba a los beneficiarios del servicio. Desde allí venía el agua hasta el
tanque construido para su almacenamiento en el pequeño cerro donde antes estuvo
la iglesia vieja y hoy es el final de la calle El Parque muy cerca de la Plaza
Bolívar. Luego partía la red de tuberías hasta las casas de unos agradecidos
sancasimireños por aquella empresa progresista para el pueblo. Don Eleazar
Casado en su libro San Casimiro de
Güiripa en su historia y geografía, en su tradición y su cultura (p.214) nos
dice: “El primer acueducto se
instalaba en 1928, tomado del riachuelo Toronquey: agua potable, sabrosa.”
Ciertamente agua fresca, fría y sabrosa. Incluso existe una leyenda transmitida
de boca en boca y de generación en generación que nos dice: “El visitante que
toma agua de Toronquey se queda a vivir en San Casimiro”
Equipo de Futbol en el Juan María Jaspe
Toronquey alberga desde principios
del siglo XX al cementerio Las Palmas y también existió un cementerio anterior como
nos relata el Cronista Salvador Rodríguez en la obra citada: “El
barrio siguió su crecimiento y albergó obras que ya no están como, el tercer
cementerio de la población que estuvo desde la escuela Augusta Carballo de
Blanco hasta la casa de Carlos Manuel -Evencio- Paredes.”
Niños en el Juan María Jaspe
En sus terrenos se encuentra la escuela Augusta Carballo
de Blanco en honor a mi madrina la maestra que en lomo de mula dedicó su
apostolado educacional por Monte Oscuro, Loro Arriba y Golfo Triste. Se
encuentran el estadio Juan María Jaspe en honor al destacado beisbolista
sancasimireño y la Cancha Municipal Miguel Marín como homenaje al trágicamente desaparecido
basquetbolista.
Toronquey, “el río de los pajaros”, es el hogar de
infinidad de familias: Los Ortega, los Jiménez, los Paredes, los Sosa, los
Riobueno, los Vergara, los Solórzano, los Ochoa, los Rodríguez y de un raudal de nombres que los hacen
herederos de aquellas siete familias que se aventuraron en esa selva virgen en
los ya remotos tiempos.