martes, 20 de junio de 2017



Los cumaqueros, crónica de una tradición

A Miguel Castro (Malanga) y
Rommel Betancourt (Cerro Prendío)
que se marcharon antes.

            Cada una de las generaciones de sancasimireños ha trascendido en el tiempo por sus acciones y por sus obras. A la primera le tocó la tarea de construir al pueblo de darle forma a las calles y a las casas, de amalgamar esa diversidad en una sola masa llamada comunidad. Luego vinieron los que sembraron la tierra e hicieron de nuestro café un producto de exportación laureado en el mundo e hicieron que San Casimiro fuese considerado el granero de la capital por la calidad de sus caraotas. Más adelante una generación inició la construcción del templo, la cual duró más de veinte años y la de mis abuelos hizo la Plaza Bolívar. En estas líneas hablaremos de la generación de los años ochenta y noventa del siglo XX que inició una tradición que se mantiene a pesar de las dificultades. Hoy hablaremos de Los Cumaqueros, sus protagonistas y su historia, historia de la cual nos sentimos protagonistas.  




La cruz de la Cumaca data de muchas décadas atrás. Nos refiere Modesto Álvarez que la primera la colocaron Felipe y Matías Torrealba con dos grandes troncos de guayacán, árbol cuya madera resiste las inclemencias del sol y del agua así como es infranqueable al ataque de comejenes, cigarrones y demás insectos. A Modesto se le iluminan sus octogenarios ojos cuando recuerda cada 3 de mayo en cerro La Cumaca. Nos cuenta que acudían todas las familias del Guasdual ( Juajual como le decimos coloquialmente) y toda la peonada de la hacienda El Carmen. Por aquel entonces El Guasdual era un caserío de medianas proporciones que hasta tenía una escuelita que enseñaba las primeras letras. A la cita acudían los Álvarez, Torrealba, Villanueva, Andrade, Vilera, Hernández, los Salazar y todos y cada uno de sus habitantes. Adornaban la cruz con flores y frutos; cantaban décimas y rezaban a la Santa Cruz en agradecimiento por la cosecha anterior y rogaban por que se dieran abundantemente los frutos de la madre tierra en la futura zafra. A veces subía el cura del pueblo rodeado de peregrinos a impartir misa campal a los pies de la cruz.

            En una noche de luna sancasimireña nuestro apreciado Ramón Seijas Luque nos propuso a un grupo de jóvenes sancasimireños que por ese entonces integrábamos las agrupaciones grupo de teatro Ápice y Ballet Folclórico San Casimiro  emprender la tarea de iluminar la cruz de la Cumaca para ese próximo 6 de octubre. Estábamos en aquel grupo, entre otros, Lucrecia Paredes, Rafael  Arturo “NIño Gavilán” Requena, José Ramón Requena, Ernesto Luis Ojeda, Vicente Ojeda,  David Ramos, Rafael y Rommel Betancourt. Seguro que estarían otros que ya nuestra memoria no precisa.  

            Entre los primeros que subieron aquel año están el niño Gavilán, Alexis “Perolito” Requena, José Ramón Requena, Marcos García, Kike Ruiz, Monro Jaspe, David Ramos, Catire y Rommel Betancourt, Ramón Seijas y quien escribe. Toda la logística fue subida en burros prestados por la familia Salazar; una planta eléctrica cedida por el Pollo Negro, bombillos, socates, cables, comida, las carpas, el combustible además del reglamentario “chimeniao” para el frío. Se trabajó arduamente para que cuando transcurrían los primeros segundos de aquel 6 de octubre, a la señal de un cohete surgido de las inmediaciones de la casa de Ana Vargas en Curucutí, se encendieran por primera vez las luces de una tradición treintañera.  


            La aventura de subir a encender la cruz de La Cumaca tiene un ingrediente adicional. Casi siempre coincide con el tradicional cordonazo de San Francisco que en nuestro pueblo resulta ser particularmente fuerte. Estar allá arriba es lidiar con el frío y la fuerte brisa, con la lluvia y las tormentas eléctricas que hacen temblar al más valiente pues, sin exageración alguna, la tierra tiembla cada vez que cae un rayo y el cielo ruge.



            Ir a la cruz en aquella época constituía una especie de apostolado, los que estábamos fuera por razones de estudio o trabajo siempre volvíamos al encuentro  con el cerro y con los amigos. Muchos, entre los que me cuento, ya no acudimos a la cita, pero estoy seguro que en todos  surge el mismo sentimiento de nostalgia cuando vemos a lo lejos una cruz encendida que parece flotar en la oscuridad del cielo de octubre. Cada uno de nosotros siente como se apretujan en nuestros recuerdos el montón de anécdotas vividas  y la certeza de sentirnos parte de esa historia.

            Como no recordar en esta crónica a Rommel “Cerro prendío”   Betancourt y Miguel Ángel “Malanga” Castro quienes se marcharon primero que nosotros y fueron, hasta el momento de sus prematuras muertes, unos fervientes cultivadores de la tradición cumaquera. Y ya para concluir estas líneas es justo reconocer a quienes han luchado contra todas las circunstancias y  avatares para que se mantenga viva la luz de la Cumaca nuestro reconocimiento para Alexis “Perolito” Requena, Rafael Arturo Requena y Miguel “Carrao” Hernández. Hoy que la tradición de los Cumaqueros se acerca a su XXX aniversario tenemos el deber de encender en nuestras nuevas generaciones esa luz de la Cumaca para que brille por siempre.  
           
           






domingo, 21 de mayo de 2017

Toronquey, el río de los pájaros

A Santiaguito y María Carvajal con sus fieles  perros callejeros


                       Su nombre es tan viejo como la tierra misma. Desde tiempos remotos existen los mismos cerros verdes bañados por la misma fría quebrada que baja desde la montaña de Samaría hasta unirse en sagrada trinidad con el Zuata y el Güiripa para marchar juntos al encuentro del Guárico. Desde tiempos remotos ha estado allí; Toronquey patio de juegos de mis correrías infantiles, verde pulmón de mi pueblo.

Salto de Toronquey

                        Lucas Guillermo Castillo Lara en su obra San Casimiro de Güiripa, crónicas de la tierra y de la sangre (p.37) nos señala que en el censo culminado el 18 de junio de 1784 aparecen 7 familias habitando el sitio de Toronquey, los Ballejas, Torres, Osorio y 4 núcleos familiares de apellido Martínez, probablemente surgidos de una misma raíz. Pero antes que llegara el español con su cruz, ya por esa zona deben haber andado nuestros ancestros indígenas disfrutando de la exuberante selva, totalmente libres y desnudos por toda su tierra sin amos y en perfecta armonía con sus semejantes y con la naturaleza. Nuestro cronista Salvador Rodríguez en un trabajo publicado en su blog Crónicas de un sancasimireño (miércoles 15 de abril de 2009) nos dice: “Muchos años antes de la fundación de San Casimiro de Guiripa, ya existía el sector Toronquei y que en el tiempo devino este toponímico indígena en Toronquey (con y griega)” y más adelante nos indica: “Anteriormente a Martí, probablemente, había indígenas por estos contornos ya que el vocablo Toronquei viene de la voz cumanagota Toronoyaquir, piojo de pájaro. Igualmente puede venir- según el cronista Botello-, de Toron, pájaro y quei, cuao, cao, quebrada, río, curso fluvial. Es decir, Toronquei (con i latina y no griega), significaría río de los pájaros.” Por lo poético de la traducción del nombre debemos quedarnos con ella pues realmente subir a Toronquey es sentirse inmerso en un río de canto de aves incluso en la actualidad que ha sufrido los rigores de la mano destructora el hombre.

Pozo del Salto de Toronquey

            Nuestras excursiones pasaban por los legendarios “tres pipotes”, tres toneles de metal rellenos con cemento, que servían de puente para pasar la quebrada justo detrás del estadio. Luego estaba la casa de Víctor Fonseca quien, según mi mamá, fue amigo de mi abuelo. Era la única casa por esos lados de Puerto Escondido, lo demás era pasto verde y una exquisita exposición de todas las variedades de mango: mangotines, mangas, de hilacha y de “bocao” regados por una gran profusión de riachuelos y jagüeyes.

Cancha Miguel Marín

            Si se nos antojaba ir río arriba, caminábamos entre chorreras y pequeños pozos donde había sardinitas plateadas y otras de colita roja y en el fondo, adheridos a las piedras, pequeños corronchos que a veces terminaban su ciclo vital en nuestra olla de hervido. Seguíamos el camino y nos encontrábamos con el célebre Pozo del Cura donde, según la leyenda popular, se ahogó un sacerdote que quien sabe qué andaría haciendo por esos lados. Más adelante Las Bateas  luego el Pozo de Villalobos y una que otra vivienda salpicando el espeso verdor. Era tan puro y sano que, un poco más grandes, nos íbamos a media noche a tomar ron y  tocar guitarra a orillas del Toronquey sin miedo a nada.

Vieja fotografía del Cementerio Las Palmas

            Más arriba la quebrada se torna más fría, fluye zigzagueando entre piedras antiquísimas; entre chorrera y chorrera nos acercamos al Salto. Se desprende verticalmente de unos 30 metros de altura, el velo de espuma cae en un pozo tallado por siglos en la piedra. Allí sentado con los pies descalzos dentro del agua fría uno se siente pequeñísimo ante tanta belleza; observando tanta maravilla de la creación percibes que no hay problemas ni penas que puedan opacar ese momento.

Camino al Salto

            A mano derecha hay un camino que bordea la quebrada y nos lleva a la toma de agua. Aquel acueducto de Toronquey que fue idea de Don Alfredo Manzo por allá en 1928 y del cual el recordado Manuel Acosta era plomero y recaudador de la pequeña suma que se cobraba a los beneficiarios del servicio. Desde allí venía el agua hasta el tanque construido para su almacenamiento en el pequeño cerro donde antes estuvo la iglesia vieja y hoy es el final de la calle El Parque muy cerca de la Plaza Bolívar. Luego partía la red de tuberías hasta las casas de unos agradecidos sancasimireños por aquella empresa progresista para el pueblo. Don Eleazar Casado en su libro San Casimiro de Güiripa en su historia y geografía, en su tradición y su cultura (p.214) nos dice: “El primer acueducto se instalaba en 1928, tomado del riachuelo Toronquey: agua potable, sabrosa.” Ciertamente agua fresca, fría y sabrosa. Incluso existe una leyenda transmitida de boca en boca y de generación en generación que nos dice: “El visitante que toma agua de Toronquey se queda a vivir en San Casimiro”

Equipo de Futbol en el Juan María Jaspe

Toronquey alberga desde principios del siglo XX al cementerio Las Palmas  y  también existió un cementerio anterior como nos relata el Cronista Salvador Rodríguez en la obra citada: “El barrio siguió su crecimiento y albergó obras que ya no están como, el tercer cementerio de la población que estuvo desde la escuela Augusta Carballo de Blanco hasta la casa de Carlos Manuel -Evencio- Paredes.”

Niños en el Juan María Jaspe

En sus terrenos se encuentra la escuela Augusta Carballo de Blanco en honor a mi madrina la maestra que en lomo de mula dedicó su apostolado educacional por Monte Oscuro, Loro Arriba y Golfo Triste. Se encuentran el estadio Juan María Jaspe en honor al destacado beisbolista sancasimireño y la Cancha Municipal Miguel Marín como homenaje al trágicamente desaparecido basquetbolista.

Toronquey, “el río de los pajaros”, es el hogar de infinidad de familias: Los Ortega, los Jiménez, los Paredes, los Sosa, los Riobueno, los Vergara, los Solórzano, los Ochoa, los Rodríguez  y de un raudal de nombres que los hacen herederos de aquellas siete familias que se aventuraron en esa selva virgen en los ya remotos tiempos.   

           


       























domingo, 12 de febrero de 2017

        San Casimiro, un montón de manos abiertas a la amistad.

“Mi pueblo cada día
Se limpia y purifica
No "habido" trago amargo
Que mate su alegría
Se despereza ahíto
Por el sol y la brisa…”
Mi pueblo me hace cantar
Alí Primera

Mi pueblo es uno solo y muchos a la vez, es diversidad de lugares y personas propagadas por su disímil geografía. Mi pueblo es inmenso y profundo, es piel curtida por el sol, manos callosas por el trabajo del campo, es belleza natural, es un rostro de niño mestizo y de mujer de natural hermosura. Mi pueblo es olor a fogón y a tierra mojada en mayo. Es bahareque, es cielo limpio, es ciruela y mango, es cachapa de maíz jojoto, es hallaca y caraota. Mi pueblo es todo.

Casa de Cambural de Cataure

Mi pueblo empieza y termina en Cambural de Cataure un caserío a la orilla de una quebrada, allá está Don Juan Azuaje y su hospitalaria familia, están los García, los Espinoza, los Andrade, Eusebio y Panchito Naguanangua, En Las Ollas de Caramacate está Casimira, Augusto Blanco, el Piojo y Santa Lozada; gente sencilla y humilde que abre las puertas de su casa y comparten lo que tienen con el que llega porque el compartir es parte de su cotidianidad.
 Ollas de Caramacate 

 Ollas de Caramacate 

Enclavado en esa zona se encuentra Onoto la hacienda y el caserío casi desaparecido. Lucas Guillermo Castillo Lara, en su libro Los Hombres y sus muros (p130) nos dice: “Onoto. La hacienda del General Casado. Refugio inexpugnable, casi fortaleza, de un antiguo caudillo”.
Más acá, siguiendo el paso serpenteante  de la quebrada de Las Ollas, están Buena Vista y Los Manires donde las casas de Rosa y Félida Mujica son refugio para el visitante y con cariño brindan al que llega todo cuanto sus manos cultivan a la madre tierra. También están los Naranjo con Yasmicer, su mamá y sus hermanos. Luego de pasar el río Cura, en la vía a Los Cajones está Julio Rondón fiel protector de los Chorros de Cura ese hermoso monumento natural que se desprende desde lo alto de la montaña Golfo Triste a 1520 metros sobre el nivel del mar dentro de un bosque con árboles centenarios de más de 50 metros de altura con una prolífica fauna y muchas leyendas como los encantos que hacen que te pierdas para siempre en la inmensidad del bosque y las supuestas turbinas dejadas allí por los alemanes que querían hacer una planta hidroeléctrica.
 Los Manires
Chorros de Cura
Siguiendo la carretera nos encontramos a Valle Morín, el Valle de los Morines llamado así, según relata Jesús Briceño Enriquez en su libro Contribución al estudio geográfico e hidrológico del estado Aragua (p 358), a la gran cantidad de familias con el apellido Morín establecidas en el sitio, también conocido como Sabana del Valle, quienes impulsaron la fundación de la parroquia por el lejano año de 1795. Relata Don Eleazar Casado en su libro San Casimiro en su historia y geografía, en su tradición y su cultura (p 59): “…fue lugar predilecto de numerosa familias de Camatagua, Carmen de Cura y San Francisco de Cara para temperamento”. Quizás debido a esa razón mi abuela Isabel Marrero Guillén nació en aquel valle un día de navidad de 1908. En Valle Morín están los Hernandez, los Esparragoza, los Torrealba, los Granadillo, los Ascanio, los Medina, Villegas y por supuesto los Morín, descendientes de los fundadores.  
Iglesia de Valle Morín

Siguiendo este recorrido por la geografía sancasimireña nos encontramos con Plan de Cagua escenario de mis vacaciones de niño en la hacienda de mi tío Cándido Tovar y mi tía Josefina donde tomaba la leche recién ordeñada y tanto como mi tía como mi abuela hacían los quesos de mano, el suero y la natilla. De la montaña baja la quebrada de Cagua con su salto y cuyas márgenes estaban pobladas por araguatos cuyo rugido asemejaba el tronar del cielo en invierno. Seguidamente está el caserío donde estaban Munda y Juan Eladio Hernández; los Villegas, los Gil, los Oropeza y los Delgado, entre otros. También vivían unos alemanes que nunca conocí, pero que mi prolífica imaginación me hacía pensar que eran “malignos nazis” que estaban por allí escondidos luego de la Segunda Guerra Mundial. Así llegamos a la quebrada del apamate que desaparece en verano, pero renace con las primeras lluvias y sus legendarias crecientes se han llevado vehículos y personas además de poner a los viajeros a esperar que bajen las aguas para poder continuar el camino.   
Y llegamos a la carretera negra, como llamamos por aquí a las carreteras asfaltadas, en este caso la vía que se dirige de San Casimiro a Camatagua y más allá rumbo al llano. Tomando esta vía en dirección al pueblo nos encontramos al alegre Cogollal donde según dice la canción “nunca se ve tristeza”. También bautizado por Don Eleazar en la obra citada como “Pórtico de la llanura”. En Este pueblo de paso predominan los Requena y los López y un oriental que llegó para quedarse allí el famoso negro Córcega.
Seguimos por estos caseríos de paso y nos encontramos El Limón con los Galarraga y sus chicharrones, los Lugo y los Hermoso para llegar a una entrada a mano izquierda y entrar en la vía a Múcura. Múcura de las Jimenez y las Martínez Aquino, de los Saa, la de las vegas bañadas por la margen izquierda del río Zuata. El historiador sancasimireño Lucas Castillo Lara en la obra citada previamente (p. 130) nos describe el Mucura que conoció de esta manera: “Mucura. Un pequeño caserío. Barroso a las márgenes del Zuata”.  Precisamente, si el río no está crecido, lo cruzamos y ya estamos en tierras zuateñas anteriormente pertenecientes al general Mazzei Carta y dedicadas casi en su totalidad al cultivo de la caña de azúcar, allí existen aún las ruinas del trapiche y de la hermosa casa de la hacienda donde estuvo encargado por un tiempo mi tío Manuel Marrero. En Zuata está Pedernal, El Trapiche, El Taque, El Toco y Boca de Zuata lugar donde se encuentran el río Guárico con nuestro Zuata y causan cíclicas y grandes inundaciones en la población. Allí están los Gómez, los Cadena y los Arraiz, entre otros.
Buscando la vía que une a San Casimiro con San Sebastián luego de pasar por El Toco y El Taque nos enrumbamos hacia Mamoncito para llegar a Vallecito. Vallecito el de las ciruelas y la granja de mi tío Mon con su molino de viento; el de Lucas Delgado, los Zamora, los Andueza, del recordado Profesor Otilio González y de Las fiestas a la Virgen del Carmen el 16 de julio.
Luego de una recta nos encontramos con la entrada de Carita donde está un pozo sabroso y fresco en la hacienda de León “Carita” cuyo apellido pasó a ser precisamente ese (Carita) sustituyendo el que le dio su padre. Más adelante, en tierras que fueron de la familia Aular, crecieron parcelamientos como Chaparral y Las Marquesitas donde vinieron a parar personas de otros lares e hicieron su vida allí integrándose a nuestro pueblo.
Más adelante nos encontramos el Puente de Pardillal sobre el río Zuata en cuyas márgenes viven los Paredes, los Gallardo y los Villegas, entre otros. Por arriba las vendedoras de café, de hallaquitas de chicharrón y otras delicias comestibles. Seguimos y llegamos a una “Y”, cruzamos a la derecha y caemos a El Rodeo sitio de donde han hecho su vida la extensa familia Arnaudez, está la maestra Aida y su familia además de los Padrón. El Rodeo es sitio de parada de autobuses y camiones que van o vienen del llano y del sur de Aragua y otros que se dirigen a San Juan de los Morros y el centro del país. Tomamos rumbo a San Casimiro pasando por Pardillal, el puesto de la Guardia Nacional donde a decir de Lucas Castillo, en su obra ya citada, “se cuajaba el polvo” para luego encontrarnos caseríos que han ido creciendo con el tiempo y curvas famosas como la curva de Ramón López y llegamos a El Tintal, El Samán, El Lorito, Paso Morocho y La Trampita donde antes estuvo el antiguo cementerio que caminábamos por las tardes de mi infancia asombrándonos con las centenarias tumbas en ruinas.
En este viaje vamos a saltarnos el casco central de pueblo y sus variados sitios y nombres. Quedaran para otra historia por escribir. Sigamos por la carretera como quien va para Cúa y hagamos un alto en Boca del Negro para encontrarnos con la nobleza de Pepe Gamaza, con los Torrealba  y más adelante la familia Peña, los hijos e hijas de José Denis conocidos cariñosamente como los “Machimona”. Cruzamos el río Zuata y comenzamos a subir al encuentro de Bejucal no sin antes pasar por el Pozo e´la loca, allí (En Bejucal) está Eustoquio, los González y los Calles. Seguimos cerro arriba para encontrarnos con el salto de El Negrito y el caserío donde está mi amiga Graciela Carrasquel y las antiguas haciendas de Café.
Cascada en Bejucal

Regresando a la carretera nos encontramos con El Taparo donde están los Páez y los Castillo y más adelante La Ciénaga por donde pasa una fría quebrada. Al frente está Casupal un caserío perfectamente descrito por el cronista Manuel Monasterios en su trabajo  Recuerdos de mi niñez 1 (Publicado en su Blog el día 7 de abril de 2016) “También aprendí a jugar peñita de a locha y mediecito debajo de la sombra de los inmensos bambúes de las vegas del rio Zuata, cerca de una aldea que me llamaba mucho la atención llamada Casupal, ubicada frente a La Ciénaga, donde todas las casas eran de barro, con techo de paja y construidas como palafitos, pero hechas sobre la tierra y no en el agua.”
Casupal
Más adelante El Loro, el de la capilla de la Coromoto, el de los Villegas y los Riobueno; el de misia Consuelo la madrina de casi todos los niños del caserío, la que, como servidora pública, impulsó la construcción del liceo y del hospital. Es poéticamente descrito por Eleazar Casado en la obra citada (p.70): “…Ahí se cierne, digamos, o se columpia, como una góndola en aquel deleitante mar de fronda siempre verde…”. Realmente El Loro es eso, casas salpicadas dentro de un denso bosque. Más arriba están Macanilla, Las Caobas, Las Canales  y Las Adjuntas inmersas en el inmenso océano vegetal que nos señala Don Eleazar.
Capilla de El Loro
Antes de llegar a donde una línea imaginaria que nos divide con el estado Miranda están La Cortada y Golfo Triste al igual que El Loro un caserío sumergido entre los árboles y a orillas de una quebrada. Allí son muchos quienes se dedican a obtener de la tierra todo cuanto esta, generosa y fecunda, les ofrece. Allí nace nuestro río Zuata. El cronista Salvador Rodríguez en su trabajo sobre nuestro principal afluente publicado en su blog Crónicas de un sancasimireño (5 de mayo de 2009) nos dice:   “El río Suata o Zuata nace en las montañas azulosas de Golfo Triste, sitio de una belleza escénica, de donde se viene bajando y en juntura con una quebrada origina el nombre de Las Adjuntas. Sigue su recorrido de cuenca de drenaje al verter dentro de su cauce, las aguas la quebrada de Polanco o la Ramonera, que tiene su naciente en las filas de Polanco. Más adelante en el paso de la Ciénega, la quebrada de Las Rosas vierte sus aguas en el río Zuata. Continúa su ruta de vida y al pasar por Boca del Negro, sus aguas son bañadas por las torrenteras que bajan de El Negrito.”
En este viaje vamos a emprender rumbo de regreso a El Loro para tomar una carretera que nos llevará a Loro Arriba, Taguarigua, la Callera, y Hoyo Negro. Otrora haciendas de café donde hoy se producen frutas, verduras y granos de gran calidad. Allí están los Hernández, los Cisneros y los Puerta. Allí perduran leyendas donde un árbol tiene los nombres de legendarios guerrilleros de la década de los sesenta que se refugiaban por esas montañas guiados por Miguel Cisneros y aún se ve por los caminos a mi bisabuelo Filomeno Fonseca, con su cenceña y extendida figura, cabalgar sobre su mula vigilando las haciendas o asoleando en el patio de las haciendas las morocotas desenterradas para luego volver a enterrarlas.
En La Tigrera está Oswaldo Pérez y su siembra de flores, está el “árbol del amor” y un ambiente idílico y frío donde provoca quedarse a vivir lejos del cotidiano trajinar. Seguimos montaña arriba para encontrarnos con La Barquera de don Rafael Vargas, antiguamente prospera hacienda de café y hoy refugio de su actual dueño, un ermitaño,  lamentablemente sumergido en el alcohol rodeado de las ruinas de lo que algún día fue. Más adelante está la hacienda de Salazar el hijo de aquel Salazar que trajo progreso al pueblo con su planta, ubicada en la calle Monagas,  que surtía luz eléctrica a San Casimiro antes que llegara CADAFE. Ya en un salto estamos en Polanco, con su quebrada, Polanco de los grandes árboles, de maravillosos recuerdos. Polanco de Juan Coporo, los Espinoza y los Martínez, el de sentarse por horas a contemplar el paisaje infinito saboreando un café recién colado. Cerro arriba está Monte Oscuro donde está mi compai Mocho y los Vegas; los Rivero, los Bravo, los Hernández  y más Martínez. Donde al observar unas inmensas y ancestrales ceibas pienso que esa misma vista pasó por los ojos de mis abuelos Carlos y Antonio Torrealba cuando recorrían esos caminos al lomo de sus caballos para ir a las haciendas de café o seguramente impresionaron a mi madrina Augusta Carballo de Blanco cuando empezaba su apostolado educativo por esos caseríos sancasimireños.  Más abajo La familia Gualdrón donde el amigo Perilla ordeña,  rasguña un cuatro y elabora un sabroso queso entre rasca y rasca.  
Escuela de Monte Oscuro
Hacienda de Café en Monte Oscuro
Ruinas de hacienda de café en Monte Oscuro
Nos internamos en un espeso bosque para seguir un camino tan antiguo como la tierra misma. Un camino labrado por nuestros ancestros aventurándose por esas serranías. Ese camino cruza las montañas y conduce a Tierra Negra, allí suena el joropo al son de las arpas de Yoel Báez y su hijo Yoelito. Es tierra de Los Perales, también destacados músicos del joropo central y de los Jiménez. Es café, caraota y verduras. Antes de llegar al casco de Güiripa es preciso visitar Agua Fría. Se interna en un bosque de donde surge una quebrada con aguas tan gélidas como su nombre; allá está el cámara Armando Piñero, su esposa Elbinia y el resto de la familia Piñero y están los García, gente exageradamente humana y desprendida.
De un brinco estamos en Güiripa. “Guiripa! Aldehuela mínima de la gracia y el lucero. De la mañana y de la brisa:” así, magistralmente, la describe Lucas Guillermo Castillo Lara en su libro San Casimiro de Güiripa, crónicas de la tierra y de la sangre (p 267) y más adelante nos dice: “¿De dónde salió Güiripa? Antes de la tierra, luego de la voluntad de un hombre” (p277 de la obra citada) tal vez refiriéndose a su abuelo el que llegó a esas tierras a mediados del siglo XIX y fundó varias haciendas de café alrededor de las cuales fue creciendo el caserío. Pero Güiripa, para ser objetivos, es producto de la voluntad de muchos hombres, de nombres que quedaron anónimos en el tiempo, seres de piel tostada, manos agrietadas y talones cuarteados que con su sangre y sudor regaron esos sembradíos. Güiripa es el joropo de los hermanos Tovar y del cardenal Hugo Seijas y las voces de José Luis Herrera y su hija Suheidy; es Yascarli Ruíz y el zapatear maravilloso de los niños del joropo sabanero. Güiripa es el pincel ingenuo y extraordinario de Oswaldo Gil; la artesanía de Yamilet García, empeñada en rescatar la memoria de la tierra guiripeña y las manos sembradoras de Victoria Pérez. En Güiripa, una lejana noche perdida en los añejos relatos, Un desconocido lancero asesinó al legendario coplero José Antonio Quirpa e hirió al guitarrero en un trágico baile de joropo que quedó marcado con tinta indeleble en la historia de nuestro folclore.  
 Calle Principal de Güiripa
 Capilla de María Auxiliadora, Güiripa
Entrada de Güiripa
En Güiripa, estuvo la casa de Don Pablo Torrealba, frente a la vieja casa de los Castillo. Don Pablo fue el padre de mi abuelo Don Antonio Torrealba quien un día muy lejano tomó rumbo a San Casimiro, abandonando el hogar paterno para construir su propia historia. Cómo no amarte Güiripa si de allí viene mi sangre. De allí viene la esencia y el infinito amor por esta tierra. En Guiripa están, los primos Torrealba, los Piñango, los Zurita, los Seijas, Guaramo, Conde, Avilez, Herrera, Gil, García, Muñoz, Pérez, Tezara, Bastiani, Escobar, Rodríguez y un montón de manos abiertas a la amistad.
Dejamos a Güiripa por la vía de El Socorro, pasamos por La Trinidad rumbo a Bramador. Bramador de los Oliveros y los Sosa, del café y del cilantro, de las caraotas y la neblina eterna. Más adelante, como quien va rumbo al cielo, está Guambra donde aún resuena el grito joropero de Julián Chaparro y las ruinas de la Oficina del café nos muestran que otrora fue una prospera hacienda en tiempos del auge cafetero de estas tierras. Pero Guambra no fue solo café, se cuenta que las caraotas de Guambra eran las predilectas de los caraqueños por ser “una sopita” como decimos por aquí. Allí también, en el año 1846, Rafael “El Indio Rangel”; al mando de 300 hombres y mujeres reconoció a un pulpero de Villa de Cura llamado Ezequiel Zamora como jefe y “General del Pueblo Soberano”, alzándose contra el gobierno conservador bajo el célebre grito de “Tierra y hombres libres”. Allá en Guambra están los Osorio, los Segovia y los Ochoa.
Gente de Santa María

Carutico

Agarramos rumbo a Santa María, los dominios del “cacique” Bernardo Hernández cuyo apellido y familia predomina por este idílico paisaje de ranchos de barro, flores y hortalizas. También está el amigo Maizo con su enorme humanidad de niño grande. Seguimos rumbo a Carutico por una carretera donde se observa toda la serranía hasta donde alcance la vista. Cruzamos la quebrada de Castillo y estamos en el territorio de los Conde, los Bández, los Chaparro, los Saavedra y los Peña. Apellidos que prevalecen por estas tierras desde tiempos antiguos. De allí bajaba el “Cantaclaro de Aragua” Oswaldo Chaparro con su agrupación navideña “Los Alegres de Carutico” y se hizo famoso a nivel nacional por ser el sitio escogido por Manuel González para montar su consultorio de remedios naturales que curaban todos los males. Más adelante, cruzando la quebrada,  está Guarataro y más adelante Roncador. Allí están los Hernández y los Reynosa todos músicos y sembradores; de allí baja el queso e´mano y el suero que nos comemos en el pueblo. Allí tomamos rumbo a las Dos Quebradas, al casco sancasimireño. Pero esa es otro rumbo, otra crónica y otra historia.
    

 Roncador desde la montaña