Augusto
Osorio
Augusto Osorio era
un personaje de baja estatura y bastante anciano cuando lo conocimos. Recuerdo
que de niños le preguntábamos señalándole cualquier aviso en la pared:
¿Augusto, qué dice ahí? Y el pequeño hombre respondía, como si en realidad
estuviese leyendo, con una proclama que comenzaba:
“El General en
Jefe Eleazar López Contreras, presidente constitucional de Venezuela…”
Augusto fue por mucho tiempo empleado de Don
Rafael Vargas en La
Perseverancia y, por supuesto, artífice de muchas anécdotas
divertidas.
Cuentan
que Don Rafael lo llamaba para que le hiciera algún mandado y era necesario
llamarlo varias veces porque el joven Augusto se daba todo el postín del mundo.
Cansado de tanta demora el comerciante lo reprendió con severidad:
-
Mire,
Augusto. Cuando yo lo llame suelta lo que está haciendo y viene rápido.
Se acercaba el
tiempo de navidad y a Don Rafael le había llegado un encargo de telas de varios
colores, cintas, varias imágenes del pesebre y unas cuantas garrafas de vino.
Por supuesto que el encargado de arreglar todo en le deposito era el joven
Augusto. Nuestro personaje ya había acomodado las telas, los pesebres, las
cintas y estaba comenzando a colocar las garrafas de vino en su sitio cuando
don Rafael le pegó un grito desde la tienda. Simultáneamente con el grito se
escucho el ruido de una de las garrafas de vino quebrarse contra el suelo.
Cuando el bravo comerciante fue a reprenderlo, Augusto se defendió:
-
Usté
me dijo que cuando me llamara soltara lo que estuviera haciendo y eso fue lo
que hice.
Mi primo Chicho
Marrero es el hijo de mi tío “Mon” Marrero y de Josefina Vargas, a su vez hija
de Don Rafael Vargas y Misia Rosalía. El día que nació Chicho, Misia Rosalía
estaba muy contenta con el advenimiento del nieto, estaba que no cabía de la
emoción. Subió desde la casa a La Perseverancia y le dijo a Augusto que fuera hasta
las casas de sus amistades a comunicarle
la noticia
– Dígale a toda la gente que Josefina tuvo varón y que estaríamos
honrados de que lo vinieran a conocer- Le dijo la señora.
Augusto salió rápido a cumplir la
orden e interpretándola al pie de la letra no hubo casa que no visitara:
recorrió durante la mañana toda la calle Miranda desde el Peaje hasta El
Bachaco, la Bolívar
hasta el sitio de los anones, Barrialito y unas cuantas casas esparcidas por
los cerros de Chupadero y Barrancón; y como estaba cerca se llegó hasta la Tejería , bajó por la Calle del Ganado y subió por
la de la Chancleta
para luego tomar en su recorrido, cuando ya era mediodía, las calles del
Mercado, El Carmen, las Dos Quebradas y se llegó hasta los únicos dos ranchos
que habían en Pueblo Nuevo. De regreso se metió por un camino y llegó al cerro
de Curucutí, bajó por El Carretero para terminar en la casa de los Manzo frente
al la plaza Bolívar justo cuando el reloj de la iglesia estaba dando las cinco
y media de la tarde.
Cuando llegó a
casa de sus patrones ya habían cerrado el negocio. Se presentó ante Misia
Rosalía, con sus pequeños pies hinchados después de semejante maratón
– ¡Pero,
Augusto! – Dijo la doña - ¿Dónde te habías metido?
-
Bueno,
misia – Respondió Augusto - Haciendo el mandao. Le avisé a todo el mundo, ná
más me faltaron dos ranchitos que hay en la Cueva del sapo porque no salió nadie.
LA PERSEVERANCIA